domingo, 26 de enero de 2020

Es un lugar común los autores que dicen que su libro es como un hijo. La autora que me habla de su novela, que está fabricando en este momento, está en un estado de trance. ¿Me pregunta si se estará volviendo loca? Seguramente. Escribir una novela, cuando es tu vida la que la inspira, es también remover un pozo negro.
Hoy vinieron obreros que llegaron en una camioneta y limpiaron el pozo negro que está por un lado de la casa. Con unas palancas abrieron la tapa que lo cubre y con mangueras absorbieron la mierda de dentro. Y el gas que origina. Sospecho que aprovechan el gas en sus industrias y la mierda la convierten en abono de las huertas, en los poblados circundantes. Cuando marcharon, Pham volvió a tocar el instrumento de cuerdas. Esta vez no tuve una visión de otro tiempo, sino que me vi en otro espacio. Entrando en mi casa de La Maldad. La cafetera estaba al fuego. Apagué el fuego. La ropa estaba lavada dentro de la lavadora. La tendí. Bajé a la sala, la mesa desordenada y hormigas trasportando restos de galletas. Encendí el ordenador y mi amiga virtual me hablaba de la novela que está engendrando. Dejé de oír la música de Pham. Volví a la realidad. Ella había dejado de tocar. Me asió de una mano y me llevó a la cocina. Comprendí que quería enseñarme a cocinar.
Habló en su idioma. Yo entendí en español:
--No está bien que estés todo el día mirando el horizonte.

viernes, 24 de enero de 2020

Por la mañana, mientras mi esposa se entretenía cortejando a los pájaros con el ukelele, me acerqué al mirador y tuve una visión no agradable. Vi que el cielo sobre el bosque al otro lado del río se incendiaba de fuego, armas de fuego, y lo veía pero no lo oía. A mis oídos seguía llegando el suave sonido del instrumento que ella tocaba. Sonido suave y amable en contrapunto con las imágenes violentas, estridenres. Cochinos y otras especies huían hacia abajo, despavoridos. Cuando mi esposa dejó de tocar, esas imágenes irreales desaparecieron y mis ojos volvieron a la realidad.

¿Cómo puedo explicar la sensación que tengo de estar aquí? Es como estar en el paraíso, pero sin Dios. Si Dios estuviera conmigo no tendría temores ni visiones. Esto está poblado de budistas, monjes de una religión sin dios. Aparentemente una religión sin dios, pero sé que mi esposa y el sabio que siempre gana a las damas tienen la emanación de Dios. Yo no. Pienso que Dios es una mujer prisionera. Pienso muchas cosas.

Hoy el sabio de Siam entró por la puerta sin saludar, preparó la pipa de opio, él no quiso fumar, y jugó las tres partidas de dama sin pronunciar ninguna palabra. Todavía no puedo hablar con nadie en tailandés. Sólo por señas y gestos. Una comunicación elemental. Pero no sé cómo preguntarle qué le preocupa. Vino preocupado. Y cuando se fue, el tramo que la acompañó, iban mudos los dos y más despacio. Algo ocurre. No sé lo que es.

No he vuelto a tener visiones.


jueves, 23 de enero de 2020

El sabio de Siam, el hombre que me trae el opio, que llega cuando la tarde comienza a tener menos calor y se va cuando mi esposa va al mercado, es de una edad avanzada, pero tiene la agilidad de un niño. Incluso mi esposa, cuando se acompañan un rato del camino, tiene que apurar su ritmo natural para ir al compás del viejo de la selva.

Con el opio aprendo que el trabajo bien hecho dignifica. Parece una bobería, un engañabobos, pero es así. Con el opio si hago algo, lo más elemental por ejemplo, caminar hasta los dos robles que están a un lado de la casa por donde sale el Sol, o jugar con el sabio de Siam a las damas, pongo en ello todos los sentidos. El del oído se aplica en distinguir las tres palabras que él pronuncia a lo largo del juego, pero todavía no sé lo que quieren decir. Una palabra cuando coloca las fichas, otra cuando come y otra cuando es comido. Las tres las pronuncia con el mismo tono, con la misma risa.

Encontrarme aquí, de la noche a la mañana, de modo inesperado, con una esposa amable y un amable amigo que sólo dice tres palabras, me da a veces inquietud. La inquietud de quien cree no merecer lo que tiene. Una inquietud que me lleva a lo que dejé sin resolver en Tenerife. A veces la miro y me acuerdo... bueno, ya pasó la inquietud. La inquietud de despertar de este sueño y verme otra vez en Tenerife, despertando en el sillón frente a la ventana donde doña Cecilia tocaba el cristal todas las tardes. ¿Seguirá haciéndolo? ¿Que conjeturas se hará la gente del barrio sobre mi desaparición? Tengo que olvidarme de Tenerife. A menos que esté soñando y allí despierte.

Hoy mi esposa compró un instrumento musical, de cuerdas, rústico. Ella lo toca bien. Yo intenté hacerlo. Me lo quitó amablemente de las manos, como si le pidiese disculpas al instrumento por haberlo dejado en manos de un mal tocador. ¿La tocaré bien, a ella, a mi esposa? ¿O su complacencia es fingida, cumplimiento de la clausula de matrimonio temporal en esta parte del mundo? No sé. Esto también me inquieta.

miércoles, 22 de enero de 2020

El día es caluroso y la noche es fresca. Cuando el viejo sabio se va dejando la casa oliendo a opio, el viento entre la espesa maleza es música. Juan Royo seguro que sabría identificarla. Una vez escribió una ópera. Conoce música. No se pierde un gran concierto ni en Madrid ni en Barcelona, y casi ninguno en el Auditorio de Calatrava. Es sibarita de la música, enemigo de las murgas. Bueno, eso digo yo ahora desde aquí, a los pies de la selva y a 20 kilómetros río arriba de Chiang Mai. Es la hora en que mi esposa va a la ciudad, al mercado, y yo oigo la música de la selva, incluso el rugido de un leopardo, y pienso en los amigos que dejé en Tenerife. De los que son autores no me traje sus obras. Pero también suelo recordarlas mientras adivino el rondar de serpientes venenosas alrededor de la casa. Si pienso en serpientes venenosas, es una alegría ver regresar a mi esposa con las cestas de comida, algún otro detalle, y encender el fuego. Creo que a esta mujer la obedecen todos los animales de la selva. Cuando ella está en casa, el leopardo calla, las serpientes se alejan y la música de la selva es ahora acompañamiento de su voz. Yo la escucho. No entiendo nada. O tal vez lo entiendo todo. Por lo menos entiendo que quiere que vaya con ella al mercado de Chiang Mai. Muevo la cabeza de un lado a otro. Ya veré. Camino mejor y ella sabe moverse como si siempre hubiera vivido en este antiguamente reino de Siam.

martes, 21 de enero de 2020

Todo ha sucedido demasiado rápido. Cuando me propusieron el plan, no lo dudé un segundo. Dormí una noche en Bangkok y por la mañana un 4x4, kilómetros y kilómetros, nos trajo hasta esta casa sobre la orilla del río Ping, en un recodo sereno y claro en esta hora. Del viaje no puedo contar mucho porque casi todo el tiempo lo hice durmiendo; alguna vez mi esposa quiso que despertase para ver algo significativo, pero desistió. Comprendió que el calor de sus muslos era mejor para mi cabeza que estar viendo maravillas de Tailandia.

La elegí entre nueve aspirantes, por el tacto, el olor y el oído. Huele a bambú, tiene su piel la dureza amable del bambú y su voz es brisa o viento entre las cañas. Había otra que olía aún a leche materna recién salida del pezón. De no ser un hombre que ya va para menos, quizá en mi locura la hubiese elegido. En fin, no soy joven y cuando lo fui... ¿cuándo fui yo joven? Sí, en la isla de Tenerife. ¿Qué lejos está la isla de Tenerife? ¿Qué será de Juan Royo, el autor que aquella noche en el japonés inocentemente señaló mi destino? Recuerdo que aquella noche también se habló de whisky irlandés.

¿Qué será de Siao Ling? Anoche soñé con ella. Recuerdo del sueño que estaba en relación sexual con una amiga de mi edad en la calle, en una zona oscura pero incómoda, y la amiga me dijo de ir a mi casa y hacerlo como es debido. Mi casa era un edificio de anchos pasillos, dos pisos, sin habitaciones ni muebles. Siao Ling se ponía bien puesta en relación con el monotema conflictivo que vamos arrastrando como pesada piedra. La llamé mentirosa. Luego le sugerí a mi amiga que mejor fuésemos a su casa. Y ahí desperté.

domingo, 19 de enero de 2020

En el norte de Tailandia sigo corrigiendo las dos novelas de marras. Pero esta vez me ilumina el opio. Un viejo tailandés que no sabe español me lo trae todas las noches. Prepara la pipa y fumamos. La ley contra la droga es temible, pero aquí en esta zona no la ejercen. A lo largo del río los habitantes de bien construidas casas, turistas ricos como yo, no son molestados por la ley. Los días que estuve alojado en Bangkok pude haberme casado con tres mujeres, pero elegí solo una. Y bien. Me recuerda la vietnamita de la novela Un americano tranquilo. Pero sin conflictos políticos por medio. Por lo que parece. Esto es el paraíso, y mi esposa la enviada de dios para que el hombre no esté solo. Y mi amigo el viejo sabio--su voz tiene sonido de sabiduría-- es también apacible acompañamiento. Esta noche se fue un poco antes. Me señaló el cielo e hizo el gesto de lluvia torrencial. Empiezan a caer chorros de agua. Música sobre el tejado.

viernes, 17 de enero de 2020

jueves, 16 de enero de 2020

No sé si vale más ser pobre mantenido por monjas de un convento o ricacho con sirvientes a sus órdenes. A no ser que el diablo se meta en el cuento, la del pobre es una relación de caridad: las monjas son dadivosas, generosas y complacientes con el pobre que les mandó Dios. En el caso del ricacho, muy de hadas tendría que ser el cuento  para que la relación con todos sus sirvientes fueran óptimas. En el otro caso, es verdad que la cuerda podría enredarse porque hay monjas envidiosas de celos que no curan oraciones ni ayunos.
Yo no soy rico pero a dios gracias... . Pero necesito un sirviente. Digamos que lo puedo pagar. Un sirviente factótum. Que sepa cocinar, gestionar y limpiar. Por no pagar nada, sin embargo, había decidido ser yo mi propio sirviente. No me es ajeno ese oficio. Cuando ejercí de negro por ejemplo, haciendo o arreglando textos a otros. Me agradaba el trabajo. Cobraba y a otra cosa.

Ideas. Ideas. Etéreas y cojas ideas. De niño hice de cojo pedigüeño en una actuación para recaudar dinero. Ideas más sobre la tierra las que hay en los melodramas en blanco y negro. El misterio y el conflicto se cruzan en el drama. En uno que se titula La Posesión el conflicto lo provoca un terrateniente que, con artimañas judiciales, le roba una tierra a otro.  A lo largo de la película se cumple eso que llaman la ley de la vida: quien la hace la paga.
De La posesión me extrañó que los subtítulos (película en claro español subtitulada en español) señalaban también los sonidos: gente hablando... caballo caminando... sonido de campanas... cura hablando en latín... música suave... Toda la película así. Al principio me estorbaba, pero luego me hizo pensar. Más ideas. Oír más los ruidos circundantes y menos los paliques de los humanos. A no ser que el cuento sea de Juan Royo en el japonés. Título: Tailandia.

Ya muchas líneas por hoy. Si doy con el hilo de misterio, diré el cuento de Juan ayer en el japonés. Deliciosa cena.

martes, 14 de enero de 2020

La caridad es vertical y la solidaridad es horizontal. (Leído en un muro de feibu) y claro, lo bueno es lo horizontal y lo malo es lo vertical. Y una mierda. La solidaridad tiene que ser correspondida, el solidario te deja con la deuda de tener que ser tú también solidario con él.
Aparte de feibu, "horizontal" y "vertical" fueron palabras que me dejó fijadas el compañero de radio, in illo tempore, Lizundia.
--La verticalidad es un reto y la horizontalidad un acomodo. --No con estas palabras, pero más o menos es lo que venía a decir el entonces amigo judío.
Desde la juventud el judaísmo ha tenido un interés enorme. Algunas cosas vagas aprendí de la Cábala.
Y la Biblia es el modelo de escritura, maestra de escritores. Nada supera el estilo de la Biblia, a no ser Las mil y una noche. Cada libro transitando caminos distintos. La Biblia habla en ese fuego que arde en Australia. Las mil y una noche, en la amable convivencia del hombre y del animal. Esta vez el hombre protege al animal, no lo maltrata o explota. Eso es caridad, con lo que tiene de calor, de afecto, la caridad. El que está en situación favorable comprende al que está en desventaja. y lo ayuda. Esos son los buenos sentimientos.
Aprovecharse del desfavorecido para presumir o hacer negocio tiene agallas pero no sentimiento.
Pero la vida son ciclos, recorridos horizontales y verticales. La buena vida del bon vivant o la complicada vida de un niño en el ghetto.

En fin, hoy dormía como un bendito y sonó el móvil. Una chica buscando que yo cambiara de compañía eléctrica. La madre de la compañía eléctrica esa inoportuna llamada. Me cagué en diez.
--No, muchacha, no voy a buscar la factura porque estoy malo y ya dije que no me llamarán más, pero como si nada.
Y otra vez conciliaba el sueño en el sillón cuando pom pom pom, golpes en la ventana. Doña Clotilde.
--Estás despierto, Jesús?
Sí, estoy despierto. Me levanto y le abro la puerta. Romance solidario.
Luego más tarde sí que dormí sin interrupciones.
Soñé o imaginé al gallo de Charco del Pino. Seguramente, apartado de su quehacer, no estará muy contento. Situación vertical.
Y las tres de la madrugada y yo despierto.

lunes, 13 de enero de 2020

Popi, enteco, fibroso, flaco, canoso cobrizo con pelos separados, ataviado con pantalón cuero plástico y chaqueta de motorista, llega en su pequeña moto a Ibrahim todas las medias mañanas y desayuna o almuerza y lee el periódico y se sienta un rato en la escalinata a contemplar el absurdo. Acepta el absurdo, e incluso se alegra de vivir en Canarias, y a veces me cuenta su vida de días repetidos.
--... y ahora subo a mi casa, enciendo la televisión y veo una película... políticos no, son todos unos mamones... --tiene un deje en el habla que no sé cómo decirlo. Un leve gangueo de barítono.

*

Al principio del cuento, cuando la lechera se tomaba en serio lo de ser escritora, y llevaba a la cabeza su cántaro de palabras y ya estaba viendo al editor de la ciudad todo contento, frotándose las manos..., la pobre se imaginaba una mesa redonda con máquinas de escribir,
cada máquina dedicada a un género preciso y diferente de los demás (en una escribía una novela del oeste, en otra una novela rosa, en otra un ensayo sobre el movimiento, etc.). Pero ya sabemos que el cántaro se le cayó y se le rompió. El caudal de palabras se desparramó y se hizo un río, palabras de agua. Y las ilusiones se las llevó el río. Qué cuento más triste.

El Popi bajó las escalinatas, sol en su cabeza y en los escalones, levantó el asiento de la moto, se puso el casco y abandonó la plaza, subió la cuesta de la curva y desapareció de vista.
 Salió de Ibrahim el taxista y le pedí el número de los taxis. Fue al coche y me trajo una tarjeta.
--Servicio de día y de noche, las 24 horas.
--Gracias --y yo también abandoné la plaza, paso de tortuga, crucé el paso de peatones, subí la cuesta de la curva hasta la entrada de la calle...
--Qué solito más bueno --me saluda el flaco que una vez entró por la ventana del piso de arriba y gracias a él la cafetera en el fuego no explotó.

Los descuidos delatan a gente aprovechada (gente acostumbrada a delegar en otro lo que ellos descuidan). (Pienso.) Mi madre ordenaba la ropa que yo dejaba al voleo, mi mujer arreglaba negocios mundanos que a mí se me hacían cuesta arriba... Imposible no recordar ahora un episodio que me dejó traumatizado. Yo estaba haciendo guardia en una garita de Infantería. Llegaron juntas mi madre y mi mujer, y una me dejó una tortilla y la otra otra tortilla, y como no podían estar allí, se retiraron a una distancia prudencial y se sentaron juntas a mirarme, como si hubiesen hecho una apuesta a ver que tortilla me comía primero. Se me quitó el hambre y me entraron ganas de coger las dos tortillas y lanzarlas lejos, que se las comieran los ratones, los lagartos y los pájaros. Tenía que haberlo hecho. No, no lo hice. Disimulé. Probé un trozo de una y un trozo de otra. No tenían sabor. Disimulé. Seguí comiendo, alternando una y otra tortilla. Con la mirada de las dos mujeres fijas como metales curiosos. Hablando entre ellas. Intercambiando información.

De mi madre aprendí a poner el culo de la cafetera un segundo en agua fría si el café no quiere salir, o está saliendo mal. Debería yo también poner el culo en agua fría un segundo. Cuando llueva.

En viniendo a casa me cruce con la mujer lagarto.
--Cuando me necesites para hacerte una compra, me avisas.
Nico el vecino dice que ni se me ocurra decirle que haga cosas en casa.

--Yo no soy de las que entran en una casa y se ponen a mirar a ver que se pueden llevar --dice ella.


Hoy es el cumple de mi sobrina nieta. Vienen a buscarme. Mientras me hago a la idea de darme una ducha, medito sobre el origen de la enfermedad. Mis meditaciones no tienen base erudita, el azar me ofrece ese sustento. El otro día vi un reportaje sobre la Kábala en el que dijeron que el que enferma es porque ha deseado estar enfermo. Otra cosa que dijeron es que no fue Dios quien expulsó a nuestros primeros padres del paraíso, sino que fue Adán quien expulsó a Dios.
Dijeron que una cosa y otra está en el Zohar, el libro sagrado de la Cábala. Dijeron que Dios tiene los dos sexos, es masculino y femenino. Dios depende de los seres humanos. Podemos alimentar a Dios o no. La maldad humana arruina la armonía de Dios. Dios necesita a alguien con quien relacionarse. Dicen y dicen. Y no es para echarlo en saco roto.

Ni tampoco la película El pecador. Tengo que hablar de esta película --mexicana en blanco y negro, está en youtube-- de historias cruzadas. Más tarde quizá. Ahora tengo que afrontar la hazaña de ducharme.

¿Qué habrá sido del marqués del Charco? Un gallo.

domingo, 12 de enero de 2020

chito

Por la mañana tocó a la puerta el vecino Nicolás. Le traía un pan del carrito. Suelo hacerlo todos los domingos. Más tarde su hermana lo llamó para avisarle de que iba a pasar a recoger la receta. Llegó con marido, el cuñado de Chito. Está atlético el hombre, le sientan bien las caminatas por los valles de las isla, en grupo mixto.
Chito se disculpa por el desorden. Dice que no se ha puesto la inyección. La inyección y Chito es capítulo aparte. Clavarse la aguja un día a la semana, hacerse el sepuku, no es agradable. No es agradable pensar en que tienes que hacerlo. La aguja o el deterioro. Su horror a la aguja viene de un cuento que de niño le oyó decir a su madre. No era un cuento sino una raceta, la manera de matar a un hombre, a un marido molesto por ejemplo. El método era que cuando estuviese dormido meterle una aguja por el ombligo. Ni lo sentía.

Mi madre sabía poner inyecciones. Yo temblaba solo de pensar cuando tenía que ponerme una inyección. Pero me aletargaba con una nalgada y me clavaba la aguja. Acto pasajero. Luego nada, sentir el ácido líquido de la inyección derramándose por dentro del cuerpo.

Dejé que me pusiera la inyección mi cuñado. Las primeras veces me las puso él, hasta que tuve que decidirme por agujerearme yo mismo.
--Quiero convencer a tu hermana de que me deje ir solo a hacer el camino de Santiago.
--Eso está bien, así descansan uno del otro.
--Sobre todo yo --dijo ella, y se fueron.

La breve visita posterior, la dama de espada, también fue agradable.

Subí la escalera de irregulares peldaños. En la lavadora parpadeaban dos luces. Cerré la puerta y siguió lavando. No se ha fundido la luz. El termo está desenchufado y el calefactor apagado. La música de la cocina sigue esperando. Ahora toca encender el hornillo y arrugar...

--Acuérdate del vinagre con agua caliente para limpiar la cocinilla --me susurra la dama protectora desde las tierras del hermano Pedro. No me vendría mal huevos de sus gallinas o de sus patas, y frutos de las ramas de su árboles, y el susurro de...

Y no le dije a mi hermana que me pillara aguarrás. No he limpiado los pinceles y están solidificándose en el patio.

"-- ... No pasa nada, ya sé: eso es lo terrible. ¿Te das cuenta de que es terrible que no pase nada? Cortas el pan, le clavas el cuchillo, y todo sigue como antes. Yo no comprendo." (El perseguidor).

Como la papas con piel y un aguacate de La gomera. Bueno al paladar. El cuerpo se aquieta. La vida sigue.


... la vida...

Vierto una gota de lejía en el cubil de dar del cuerpo, sobre la mancha canela. El agua es un disolvente lento; la lejía es un disolvente rápido (pienso). Me convence más el agua. Lo lento va más lejos. La lentitud es esencial para subir una montaña.

Anoche dejé abierta la ventana que da a la calle. No pasé frío acostado en el sillón. Dormí bien. Tuve un sueño en el que salían Alberto Ámez y su primera mujer bien relacionados, con alegría. Nada que ver con una traición en lejanos tiempos en Gijón. Él había hecho la portada de Lunula. Había un burro en primer plano y detrás un paisaje del occidente de Asturias. Alberto se conmovió como mi visión del burro como animal sagrado (visión seguramente influida por una larga oda al burro de Agustín García Calvo). Mi compañera de cama y de cocina entonces vio la posible portada y la puso verde. La desautorizó. Ella también era artista, hacía instalaciones y cuadros, y su parecer tenía un efecto canónigo sobre mí, y coincidió que la primera mujer de Alberto (entonces ex), a quien yo miraba con buenos ojos, me mostró otra posible portada: una novia (ella misma) haciendo el pino, con el vestido caído y sin bragas. El coño al aire. Me olvidé del burro y elegí el pájaro. (Alberto no me lo perdonó. No sé si conservará un cuadro sobre madera que le cambié por uno suyo. El mío era un burro marcando las cuatro zonas del mundo. No era mal cuadro. Incluso estaba mejor que su burro pastoril para la portada de la revista.) Mejor una novia diabólica. La primera mujer de AA era (y es) artista conceptual. Es posible que su portada tenga que ver con El Gran Vidrio: la novia y los nueve solteros.
El fondo de la foto es un utensilio de gimnasio, y sustituye a la máquina de hacer chocolate en el cuadro de Duchamp. Si me pongo a retorcer las ideas, en su foto el coño invertido es el ojo de Dios. Mejor no sigo.

Cada vez que paso por la cocina me da algo horrendo ver la cocinilla. La sartén pequeña con aceite viejo, la sartén grande con capa de revuelto de arroz con huevo, el caldero pequeño con restos de papas guisadas, la cocinilla cubierta por una gran capa de cous cous, dejando libre el hornillo pequeño donde caliento el café. Hoy creo que toca limpieza de cocina. Antes tengo que subir la escalera de caracol y volver a poner la lavadora.
Ordenar un poco esta mesa de comer, escribir y leer no está de más. Y subir al dormitorio a bajar unos tenís.
Un cuento que leo ahora en pantalla es El perseguidor. El protagonista está como yo, acostándose en un sillón destartalado, obsesionado con los misterios del tiempo, pero en el cuento el saxofonista está viviendo, como se puede, con una mujer enamorada que le hace el té y llama al médico y hay otra, una marquesa, que le facilita la marihuana.
Ayer llamó mi hermana. Me dijo que me tiene dos almanaques para mí. Me alegré. No vivo tranquilo sin un almanaque a la vista. Y va ella a la farmacia. Bien. Me dice que tuvo escalofríos y que se echó a dormir y durmió tres horas. El sueño cura, es evidente. Pero con lentitud. Medicina lenta.
Lo que no es medicina es levantarse y lo primero fumar. Echarse un cigarro. El sillón incluso con la ventana abierta entrando el aire me deja grogui. Fumo el cigarro. Como quien toma una medicina. Con el café, el cuerpo sale del letargo. Y entonces pienso en la música. El paño desalojando el cous cous de la cocinilla, el estropajo en el plato bajo el chorro del fregadero, la cisterna del water...


sábado, 11 de enero de 2020

un día en...

Echo un chorro de lejía al balde bajo el grifo de la ducha. Con una gota hubiera sido suficiente. Le hago tres enjuagues. Pocos. Lo dejo secar en el bidet boca abajo.

No es la primera vez que me hacen meditar sobre la suciedad y la limpieza. En el término medio está la virtud (Horacio). Recuerdo también el cuento de un guineano sobre la avispa que quería hacer miel. Una abeja le enseñaba. Esta era una alumna protestona pero la abeja tenía paciencia. "Y ahora, para tener miel hay que ponerle a todo un fisco de mierda de vaca", dijo la abeja. A eso se negó la avispa, que era muy limpia y ni por cuánto se rebajaba a esa jediondada. Por eso las avispas no saben hacer miel.

El poema de Baudelaire "La carroña" también es significativo. Después lo busco; voy a ver si está seco el balde.
*

Lo llené con ropa sucia repartida por todos lados y subí la escalera del patio con el balde lleno de ropa sucia. La puse en la lavadora y la eché a andar. Bajar con la ropa seca, recogida del tendal, en el balde por esa escalera que fabricó mi tío José es complicado, hasta con las patas sanas hay que tener cuidado. Desde arriba tiré el balde al patio. El ruido al tropezar con el piso no fue agradable. Otra cosa a la lista de lo que tengo que comprar: otro balde.

Se me acabó el tabaco. A Nico el vecino ya le encargué un recado por la mañana. Tengo que ir yo, y así almuerzo allí. En Ibrahim. Pero antes tengo que bañarme y ponerme la inyección. Otra proeza. O dos. Bañarse también tiene su heroísmo. Mejor después de almorzar.

(En el dilema limpieza/suciedad también es importante el cuento La dama y el vagabundo. El perro callejero y la perra señorita.)
*

Lo peor de ir a Ibrahim es pensar que tienes que volver. Estoy mejor que ayer. Sardinas fritas con mojo verde.
--Alcánzame la salsa verde, Mary Cruz.
--¿Cómo?
--La salsa verde.
No entiende. Se la señalo con el dedo.
--Ah, eso. Eso es mojo verde, que estamos en Canarias, Jesús... Ay, Jesús, perdona...
--No, perdona tú porque lo dije mal.
Hojeo el periódico. Nada de interés. Bajo las escalinatas y vuelvo a casa. Hoy mejor que ayer, qué suerte. Ahora toca volver a subir la escalera de mi tío José y tender la ropa. Y hacer una cafetera. Lo peor de volver a casa es no tener café hecho. Suelo hacer una cafetera (la que me regaló Yeli, la mujer del vecino) y luego voy recalentando hasta que se acaba.

Apagón en la casa. Problemas con la electricidad. Intento reponerla pero se vuelve a ir. Subo y apago la lavadora. Ropa a medio lavar. Ahora parece que se mantiene la luz. Voy a ver donde tengo velas, por si acaso. Mañana es otro día.


viernes, 10 de enero de 2020

--Voy a tener que decirle a mi hermana que me vaya a la farmacia la semana que viene.
--Lo más natural es que tu hermana... --me dice Nico, el vecino.
--Sí, supongo que sí.
Y lo que me intriga no sé qué misterio tiene pero el carnet tengo que ponerlo al día. Supongo que no corre prisa. Saldré de este estado. Supongo. A veces siento, cuando estoy dormido, que estoy atrapado en el sueño, que no puedo salir del sueño y despertar. Yo quiero pero es imposible. El esfuerzo para conseguirlo es grande. Hoy una fuerza invisible apartó el sueño sobre mi cuerpo y pude despertar sin agobio. Yo vi unas manos que apartaban el sueño y me pude despertar.
Nada de bajar a la farmacia. Ni de subir la escalera del patio a poner ropa en la lavadora, toda junta. Arroz a la cubana hice con el último plátano de la manilla que me trajo Marcelino. También está averiado. Lo operaron. Lo de ir a Lanzarote tendrá que esperar.
Mantener un grado la limpieza es ahora la batalla.
La cocinilla parece una obra plástica de arte gore. Lo demás no digo.
El cenicero se llena demasiado. El frío no deja abrir la ventana. Me acuerdo de las novelas de Samuel Beckett, seres miserables haciendo cosas miserables. Fueron mis primeras lecturas de juventud. Pasé de leer colorines a leer al irlandés, esas novelas. Podría imitarlo. El estilo era seco. Los argumentos eran como levantar tapas de alcantarillas y enfocar con una linterna. Novelas de desventuras sin lágrimas.

jueves, 9 de enero de 2020

Hoy volvió a llamar Siao-Ling para arreglar el padrón. No importa,eso lo hablo con Juan Roco, le dije. (Juan Roco en Barrio Chino es uno de los putos que se reúnen en el Acapulco, bar de San Andrés, el abogado de todos ellos.) Esa pelma del padrón ya me empieza a sonar a voz matraquilla del volador, su marido. Juan Roco dijo una vez que Wang era el espíritu de la pesadez, un hombre codicioso que quiere más más más, siempre más, y su mujer no es sino una marioneta que lo obedece y lo complace. Este detalle no está en el borrador de Barrio Chino. Lo descubro ahora. En la novela Siao-Ling es la buena mujer del ogro que protege a Pulgarcito. Sí, lo protege, le hace la cama, lo alimenta, y cuando el pequeño está a punto, a la sartén. La realidad supera la ficción. Pero sin la ficción no se puede ver la realidad.

La ficción no explica, solo cuenta. Su misión es contar. El cuento puede llegar a lectores que crean saber la explicación. No existe tal explicación, es la monomanía mental quien la provoca.

--Esa cuidadora que no vigiló a la niña tenían que meterla en la cárcel, seguramente una dominicana, como aquella que mató al niño y está en prisión revisable, no cabe en la cabeza que esté cuidando a la niña y se vaya al baño --uno en la escalinata de Ibrahim esta tarde.
Le discutí pero su obstinación, el tener las cosas claras, no permite que nadie se las oscurezca. Mejor dejarlo.
--Tendría ganas de cagar.
--Y si la niña se cae?
--Pero no se cayó. Eso es lo importante.
--Lo importante es que tienen que meterla en la cárcel, porque eso yo no lo comprendo ni lo entiendo, dejar sola a la niña... --gritó.
Callé.

El lector y el personaje pueden ser el mismo. El narrador tiene que estar al margen. Que discutan ellos.

Y ya pensé mucho. Pensar perjudica la salud. La rodilla. Lo dejo así.


miércoles, 8 de enero de 2020

Todo lo que antes me daba pereza (fregar la loza, barrer...) pero que cuando me ponía a hacerlo era tan liviano como cantar solo, ahora me cuesta un esfuerzo. Incluso limpiar la cafetera y hacer un café. Qué paradójico, estaba ya fortalecido del virus aquel y vuelvo a recaer. Y ahora sin ayuda ninguna. No quería dependencia de nadie, por una vez en la vida, y dios, en sus apuestas con el diablo, me hace esta putada. Hoy pude ir al super del barrio. Por fortuna haces la compra y te la pueden traer a casa. Si no, no sé yo; como el otro día que, a cambio de unos euros, vi a la mujer lagarto y le encargué ese cometido. Quiso quedarse un rato en mi casa y sacar algo más, a cambio de un servicio sexual, pero le dije que no. Por lo menos ahora no estoy ensatirado y su cuerpo no tiene un olor que me inspire, y el dinero, aunque tuviese ganas, no puedo desperdiciarlo.

Siao-Ling insiste en ayudarme a renovar el carnet. Mosca en la oreja. ¿Por qué insiste tanto? Todavía estoy empadronado en la casa del norte, de la que le cedí mi parte, como agradecimiento (no sé si fue agradecimiento de verdad) cuando la primera crisis, que me ayudó, pero en ralación con la antigua casa contándome una mentira que ahora, después de la encerrona del almuerzo de navidad, sé que es mentira. Lo que se perdió se perdió, pero me intriga su insistencia en que cambie el padrón. De todas maneras, prefiero --si puedo-- hacerlo yo solo. Pensar en esa historia, recogida en parte en Barrio Chino, no me sienta bien. Y que siga interviniendo, ahora sin más detalles que conmuevan, no quiero.
En fin, no sé por qué sigo escribiendo aquí. Supongo que para matar el tiempo. O para no olvidar lo esencial. La salida del laberinto.

domingo, 5 de enero de 2020

Todavía no le he devuelto un libro a Berto. Me acuerdo de un capítulo donde el hombre estaba acostado y se acercaba los objetos con un bastón. En esta segunda crisis, a veces hago lo mismo. Más me acuerdo ahora de la guitarra que perdió mi amigo por mal prestarla. Historias de guitarras. Tengo varias. Pero no ganas de escribirlas.

Penosas noticias son que ardió Australia y el conflicto en Irak...

jueves, 2 de enero de 2020

T y S

vistas en la comparación que hice, con ayuda de la amiga invisible de Charco del Pino, entre el adjetivo (sustantivado) DESPIERTO y el participio PERDIDO.

Tene y Sibi, los nombres familiares de mis hijas.

Ramón en Jerusalén me manda fotos y comentarios. Fue con Sita. Sita, muda.
 Yo no puedo bajar a Jerusalén. Ni a ver la tumba de Cristo, cerca de ese palacio de Herodes que es el Auditorio, ni a comprar un regalo de reyes.

Pienso en Barrio Chino, pero no en el cuento que hice --que lo doy por válido-- sino en la continuación en contrapunto, con nombres y apellidos reales, como algunos caminos.

En realidad no trabajo. Construyo con el pensamiento. Camino en sueños. En la realidad camino poco. Segunda crisis de la artritis.

Hoy hice esfuerzo y fui hasta Ibrahim, vi a la mujer lagarto e hicimos un trato para que me fuera a la compra. A Altesa fue. Me preguntó por el cuadro que hace tiempo le hice, un retrato, retocado una tarde noche con los animales. Prefiero no enseñárselo. Me da miedo que se vea en ese cuadro y que despierte y se pierda. Muchos fármacos toma.
--Y no quieres algo más?
--No, todavía no.
Me enseñó la foto de una nieta. Dios la guarde. A ella no sé si la guardará, espero que sí, como a mí, Dios no olvida a los casos perdidos.

Ya perdí todo lo que tenía que perder. Ahora queda despertar (salir de esta segunda crisis, con paciencia) y... ¿tirar a la basura lo poco que queda? No sé, sea el destino que sea, que sea para bien. Job lo tuvo más complicado.

¿Habrán hecho el camino del Calvario?