Aquí de nuevo en el edificio lizundiano, de Lizundia el riveriano, entre los dos barrancos, donde el viento sopla y suena música wagneriana. Tres habitantes. La moza que lleva el oficio de acogida, asturiana, de Luarca, nostálgica de las lluvias y del verde diverso, y un mozo de cuarenta años que le da coba y la corteja.
Hoy fue viaje a Icod con mi padre. El millo aún verde. Esta vez el aguacatero lleno. Dicen que desde la floración a la madurez del fruto median nueve meses. Apacible día y la última garrafa del vino de Sibi, cada vez mejor. De vuelta, parada y fonda en Ravelo, en los Dos Hermanos, comida viva, con alma. Mi padre se olvidó la cartera, pero yo tenía dinero, sesenta euros de la máquina Tijuana anoche en bar Castillo. El barman Jose quiso meter la mano en la bandeja de los euros, pero le di un empujón que menos mal que estaba Cristo detrás.
--Es que se la tenía guardada a Cristo, y te utilicé, así que perdona --le dije a un Jose cabreado al máximo.
Y llegada a San Andrés, a la casa de Thor, después de bajar por pendientes incomensurables. En el Monterrey, Deivi y Orlando. Deivi pregunta por Campanilla...
Mañana radio, con Yaiza la del diario íntimo, ediciones ideas. Pasado mañana, Cabildo, con doñá Olga, y el jueves presentación de Umbilical, a ver cómo me enrollo para decir, por consejo de José Rivero Vivas, lo bueno y callar lo malo. Me estoy volviendo político. Es mi porvenir, mano. Hago mis cuentas.
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