sábado, 11 de diciembre de 2010

Ahora que estoy sentado

Ahora que estoy sentado puedo seguir contando lo que siempre cuento: cómo las sardinas persiguen a los perros feos y las liebres se comen a los tiburones.

Ayer quedé con Cuervo Herar que me recogió en la puerta del Corte Inglés. Tuvo que esperar diez minutos por mí, pero la policía no se metió con su Mercedes deportivo de dos plazas y una capacidad de 300 km por hora, con brillante chapa dorada. Y como Ramón ya está acostumbrado a mi inevitable impuntualidad, ni una mínima queja sobre esa ausencia de cortesía de los reyes. Una maravilla viajar hasta San Miguel de Abona en un cacharro semejante. Diez minutos recorriendo, casi volando, la hora de poder (maravillosa luz del fin de la tarde) por la autopista del Sur. Ramón, conocedor de recodos, a la salida del autopista eligió atajos con historias y como en un sueño llegamos a la Casa del Capitán. Saludamos a Quico, a Charlín, a Antonio Núñez, a más gente, y a Javier Hernández, protagonista de la noche. A pesar de la añorada ausencia de Anghel Morales, se presentaba el libro, ya célebre en este la flor etc , Los días prometidos a la muerte. En la mesa, junto con Javier, el concejal de Cultura del Ayuntamiento (Valentín González Évora) y Ramón, quien hizo un discurso impecable, desde el arte de la ficción en general hasta desentrañar resortes que sostienen Los días..., después de recorrer brevemente el significante social y significado literario de la obra publicada de Javier Hernández. Por su parte, Javier, enemigo de la brevedad (gracias a los dioses y a Anghel Morales, pues sólo contó con mes y medio para escribirlo, el libro son trece cuentos y no trece novelas río) habló, sin parar a tomar un sorbo de agua, calculo que cuatro horas y media. Y el frío de la cumbre entrando por la puerta. Por fortuna no había en la sala ningún asesino a sueldo, y digo por fortuna porque lo que vino después nos levantó el ánimo a los oyentes, sacrificados por la crueldad discursiva de nuestro autor. Cuando un buen vino está esperando en el patio, ni a Cicerón le perdonaríamos una catilinaria que durase más de quince minutos. En fin, también se lo perdonamos porque el libro ya forma parte del arte de la ficción que vale la pena conservar.

En el patio, junto con el vino, de la tierra de Abona, camaradería y nostalgia por los amigos ausentes. Y lo que vino después, aún mejor. Ramón, Quico, Antonio, Charlín y yo nos fuimos a cenar a Casa La Vieja, un lugar indescriptible, con un comedor junto al lagar (hoy en no uso) más grande de Tenerife, y más allá, un salón llamado El Viejo y el Mar, lleno de inimaginables mosntruos marinos, afortunadamente disecados, y en el piso de abajo un lugar que el dueño llama El Infierno. El conejo no estaba del todo bien preparado, según el buen juico y el acertado razonar de Quico, pensamiento del amante del blues que estaba de acuerdo con el paladar de todos los demás. Dos hechos borraron esa deficiencia en la mesa. Uno: el relato impecable y tragicómico de Antonio Gómez Charlín, contando de viva voz su historial de concubinas, con pelos y señales. Lástima no tener memoria auditiva: el relato oral de Charlín hubiera desterrado todo lo que he contado hasta ahora. Y dos: la bajada al Infierno, donde una barra de bar nos recibía con variados y enigmáticos rones del Caribe, entre los que reinaba uno llamado Barbancourt, reserva especial de Haití. Hasta Charlín bebió. Y él y el dueño siguieron hablando de las virtudes o desvirtudes de los distintos países. No diré los que quedaron en peor lugar. Sí los que fueron elogiados por sus excelentes frutas, entre ellos Brasil y China.
De madrugada, nos dispersamos. Ramón enfiló el deportivo dorado hacia el este de la isla, esta vez con velocidad de crucero, al cobijo de una noche estrellada. Regresamos al lugar donde los hombres no son inocentes y las mujeres no dan puntada sin hilo. Otra historia. Otro día.

1 comentario:

  1. Hay que organizar un día una comida con un buen conejo en salmorejo y unas buenas papas bonitas arrugadas y si hace falta una botella de buen ron pa luego.

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