Anoche creo que quería irse. Un sueño casi sin respiración, a punto de empatarse con el sueño eterno. Morir durmiendo es un fastido para los afectados que quedamos vivos. Las vecinas criticonas ya habían cumplido su cometido: "Chito no está regando bien los rosales de la azotea"... "El coche de Chito esta mañana a las siete y media no estaba en la puerta"..., y encima algunas han cogido la mora costumbre de meterse en el patio de afuera y dejar bolsas de basura en la carretilla de tirar la basura. Como han visto que le llevo la basura a Francisca, cuando tiene la venta baierta, las demás no quieren ser menos. Hoy Domitila me vio salir con un balde de pintura y ya quería que le pintara un tubo que tiene por debajo del balcón. He pensado poner un cartelito en la puerta y cobrar por cada bolsa de basura extraña, pero lo impide la ley. La verdad es que estoy pletórico de tirar basura. Mi hermana es una maestra en encontrar hasta la última basura de Diógenes. Así que ya he decidido poner bolsas grandes en el patio de adentro. Y el resto de la noche, bien gracias a Dios. La táctica que me enseñó el sueño para discutir con mi cuñado, dio resultado. Se quedó hablando solo. Primero del tabaco, ansioso de que llegue el día dos, y luego ya no me acuerdo porque no lo oí. Gente como el cuñado del mago o el mago ilustrado Victor H. Roncero están hechos para ejercitar la paciencia. Don Juan el de Castaneda hablaba de la fortuna que tiene el guerrero cuando encuentra a un pinche tirano, alguien que te está jodiendo todo el rato y sin rasgo alguno que merezca remisión. Cuñado y mago ilustrado no son siquiera pinchitos tiranos. Tiranos en miniatura. Ambos los dos tienen motivos de remisión: el cuñado del mago es hacedor de buen vino y Víctor es discípulo de Julián Marías y devoto de los episodios nacionales de Galdós, Wagner aparte.
Esto porque me quedé pensando en la discusión eterna entre Lizundia y Charlín. ¿Tal autor es bueno o malo? Lizundia demuestra que es bueno, y Charlín clama que es malo, pero sin dar argumentos, sólo el gusto. Bueno, no sé de qué lado ponerme. Si pruebo un buen vino, no me hace falta que venga mi cuñado a decirme su paseo por el cristal de la copa, su olor a roble, su transparencia de uva recogida en la escarcha de la mañana..., sé que es bueno y ya está, a menos que mi cuñado o Lizundia demuestren lo contrario, que entonces, carente de argumentos, hay que aceptar los del contrario. En fin, que hable Charlín cuando regrese a Tijuana. Por lo pronto, esperamos como agua de mayo la visita del abuelo que escribió El fuego de siempre.
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