domingo, 27 de febrero de 2011

poema de Alberto Linares (aquí gracias a R. Herar)

Nombres para la epopeya de una generación que se fue al carajo


La noche en que Sonia Muñoz se fue a San Cristóbal del Táchira
el mar no era el mar
El mar tuvo entonces el azul terrible de las epopeyas

Yo estuve presente y lo vi
Y apenas atiné a decir cobalto y fuego
Dos signos a los que no les busqué ninguna explicación

Oí voces, no de pescadores
Y un fragor
Y vi hombres llorando
en la baranda que separa todo de nada
Y supe enseguida que estaba
ante lo que los poetas tunantes
suelen llamar un paisaje de batalla

Por eso dicen que poeta puede ser cualquiera

Pero un perro no se confunde
y yo no me confundí

Lánguido y presto a quitarme de pamplinas
me sacudí de todo palabreo disfrazado de ciencia

le volví la espalda
al que lava las penas de los hombres
y regresé a mi casa
convencido de que se habían terminado todas las solemnidades

Atrás dejé lo que vi

Vi el lastre de una época flotando entre los amigos que el mar se llevó
Vi a Leocadio Ortega tocando en las puertas que se abren y se cierran
Y a Eugenio Millet en un contenedor que él pintó con saliva

Palabras y tonadas que los demás no escuchaban, oía yo, como de lejos
inocente, salvado, al margen
Versos y canciones
fijaban el momento, aceleraban su instante y lo precipitaban al bajío
donde encallan los animales mitológicos
Allí estaba Dulce Díaz Marrero reclamando el fin de la ley
y todos, no los demás, sino nosotros
enamorados de ella
antes, durante, después
de que descubrieran
a Carlos Montesinos comido por los cangrejos en la rivera del Sáhara

El mar no era mar sino la noche
y nadie notaba el terror
Solo yo, o eso parecía
tenía en cuenta ese verso hostil
que termina por devolver a uno
al lugar donde te llaman por tu nombre
y ves lo que otros no ven

El mar no era el mar sino el recuerdo de Miguelón
al lado de un revolver bien engrasado
mientras Ernesto D. Baudet me decía hola y adiós
tocaba la flauta, tendía la mano
y perdía la oportunidad de dejar de ser invisible

A todos vi,
A todos amaba, a todos detestaba

Todas las banderas negras de nuestra ilusión
Amortajando a los que dijeron hay que salvarse
Aparecían

Todo estaba
Y nada permanecía

Y cuando ya no me quedaba nada por ver
vi también el cadáver de Aquiles
y pensé inmediatamente en Chito Castellano
y luego en Virgilio Piñera
Las tres oscuras cabezas negadoras
que cada vez me visitan con menos frecuencia

Solo un mar inquietante
un mar enfermo de hermosura
enfermo en la seguridad de que su decir nunca se desgasta
como dicen los poetas tunantes
estaba y permanecía

Sonia Muñoz se había ido a San Cristóbal del Táchira
y yo quería recordar lo que ellos decían y el mar me lo borraba
Yo intentaba escribir sus nombres y el mar me los borraba
Yo era un perro malgastando la imagen
del que lame sus propias llagas y el mar me borraba
Yo miraba
y solo veía muertos

Y aún de espaldas al mar
solo vi
muertos, muertos, muertos

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