lunes, 30 de mayo de 2011

noche memorable la de ayer en San Andrés, que le corresponde relatar a JRamallo, con el asombro que surge de conocer por primera vez y la sobriedad de la cerveza, más preclara que la bebida blanca. Menos mal que Pedro desapareció en la Cuesta Piedra, y dormí hasta el sonido del móvil como un bendito, salvo la visita al baño de arriba a medianoche. Me levanté sin resaca y un paseo al parque de Los Peces subió el tono holístico vital. Tarde agradable y de aprendizaje económico, primero en Kiosco Numancia, con telón de fondo en el funcionamiento de los ayuntamientos, especialmente el de S/C.
--Me voy antes de que me agarre la noche --dijo Sonia, una frase que mi sordera no me dejó oír pero que puedo contarla por cómo agarró a Ramallo esas nueve palabras.
--¿no llamaste a Trini? --preguntó el Cuervo Ramón, alucinado con el trasquilado luminoso de la cabeza de Trini.
--No. Estaba con el primo.
La había visto en la carpa institucional, con Anghel, como buen tímido, hablando a escondidas detrás de un ramo de gardenias, luciendo una camiseta envidiable, roja y en blanco G 21. La camiseta de Ramallo hacía juego, también encarnada, como caperucita, pero con un motivo humano, una cabeza empuñándose un tiro con el propio dedo de su mano izquierda. Más cabalística la de Anghel, de acuerdo con Andrés Chávez en sus consideraciones sobre el juego y la política del Barcelona. No faltaba sino Mourinho en la mesa, en lugar de Víctor Alamo, que llegó y dio luminosas ideas a nuestro Ramón sobre un estudio investigación que está emprendiendo con los G 21, generación de novelistas canarios que no sólo, al parecer, es maravilla de escritores y de buena gente, no como la generación anterior, que somos medio gentuza. En fin, ayer logré, a veces me ilumina el cielo, un epílogo para la novela del cuervo, la del tipo que recorre puntos de ventas apuntando periódicos sobrantes del día anterior. Ruteros lo llamaban en el periódico El Comercio, donde ejercí de corrector, limpiador de almacenes, rutero, hacedor de informes comerciales y comentarista de libros. El jefe de Cultura me convenció para que firmara con varios seudonimos distintos. Así parecía que el periódico tenía un número respetable de comentaristas de libros.

Ya llevaba demasiado tiempo sin gotear la puerta de la cocina con el patio. Aparté la caja donde deposito los escombros y saltó una cucaracha, la tercera de la noche. La primera en el kiosco del parque, que atacó los pies de Marcelino como un perrito furioso. La segunda en su cuarto bibloteca almacén dormitorio. El hombre tuvo la destreza de enjaularla en un sobre bancario y salir a darle libertad en un parterre de la calle. No recuerdo si plantado con petunias, geranios o matasombras.
--A ver si me cambia el karma --dijo Marcelino, por fin despertando de haber pisado tierra. Y yo me fui con Ella y otras mujeres.

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