De vez en cuando el autor toma la palabra y se la quita al personaje. Es un recurso antiguo. Aclara así lo cerca que puede estar de su ente inventado y lo lejos. Yo, el autor a mi pesar, no comulgo con el personaje sino de vez en cuando. No tengo ideología, no tengo ideas que pueda decir propias, ni estilo que defender. Ni soy especialmente lascivo, ni airado, ni envidioso, etc. Me agrada más oír, cuando el hablante emana agua fresca, que hablar. En relación con la política, como los falsos religiosos, lenguaje fino en el púlpito y soez en la sacristía.
--Le agrada matar niños y comérselos, pero yo lo quiero porque es un buen marido --decía, si mal no recuerdo, la mujer del ogro en el cuento de Pulgarcito.
Pos eso, es un botarate, un tarambana, un borrachito, un malhablado, pero lo estimo porque es un buen personaje.
Creo.
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