miércoles, 14 de septiembre de 2011
Padezco de fobia a los hospitales, pero con palos se acostumbra el burro. Las circunstancias me obligan a lidiar con esos aposentos. Hasta hoy, no como paciente sino como visitador. El Huc, la Candelaria, el Tórax, el San Juan de Dios y La Colina. El del Tórax tiene el grado sumo de confort y atención humana. Morir en un hospital no sé si será muy digno, pero mejor morir en uno donde la atención y la estancia se agradece. Habitaciones amplias, con vistas no agresivas, silenciosas, y un personal sanitario amable y atento, no sólo con el enfermo sino también con sus acompañantes. Es lo que puedo testificar del Tórax, en lo poco que sé. San Juan de Dios posee amplias escaleras, fáciles de bajar y subir, y terrazas amplias y aireadas, pero las habitaciones son pequeñas, no exentas algunas de vista panorámicas. El trato del personal sanitario, tal como yo lo viví, correcto los médicos, a veces ínfame los enfermeros. Tuve que llamar la atención para que se bajaran algunos humos y por lo menos no insultasen o se dirigiesen de malas maneras al paciente. Si escribiese una novela, sólo les falta amordazar al enfermo para que no dé la tabarra. En fin, me centro en La Colina. El último por ahora. Enfermeras atentas, amables, bonitas, piadosas y casi maternales con los pobres moribundos. Incluso, a pesar del reglamento, te permiten quedarte en la habitación, aunque no te dan la cena, como en el Tórax. En mi caso, compartía la del enfermo. De las habitaciones, sólo puedo hablar de una, la que transitaba a diario. En cuanto a dimensiones, nada que objetar. La queja, si la hubiese, empieza por las ventanas. Con cristales "opacos" que te aíslan del mundo exterior. Lo peor es el ruido subterráneo, sordo, constante, enloquecedor, en el que predominan las erres, las tes y las emes. De vez en cuando, si permaneces horas allí dentro, te alivias del acoso "musical" saliendo a la sala de espera. Del piso donde está esa habitación. Sala de espera amplia, silenciosa y con un ventanal que abarca toda una amplia pared. Con una vista privilegiada hacia una gran parte de Santa Cruz. Iglesia de Fátima --qué recuerdos, qué belleza la de una rubia de la que me enamoré. No, amigo nahualt. Esa vez no fui correspondido-- en primer plano, y los dos rascacielos de 3 de Mayo dominando el cuadro, en la zona aúrea, al fondo. Lástima que no sean más altos, porque entoces la línea del horizonte marino hubiese quedado impecable. Por lo demás, hubo entonces armisticio con los extranjeros con los que compartí al enfermo no imaginario. Aprendí lo que había aprendido de pasadas batallas, y creo que no caí en errores. Y de vez en cuando, una enfermera pequeña, de carita pequeña y risueña, le cantaba al moribundo "Jesusito de mi vida". Cada vez que entraba en la habitación, su presencia me alegraba la vida entera. Comprendo que no estuviese en su mano evitar el ruido ensordinado, sobre todo por la noche, repitiendo, con escarnio, con burla, "mueeereeeteee, mueereetee, muérete...". Y se murió. Su última voluntad era morirse en su casa. No pudo ser. Y ahora sigo oyendo esa canción. Esta vez dirigida a mí. Ojalá muera en la tierra cuyas llaves él me dejó, cumpliendo la voluntad de mi madre, y que la ley --me temo que no va a poder ser-- no impida que allí esté mi tumba, para que escupan mis enemigos y recen mis amigos. Sé que me estoy muriendo. Mis días acaban. Mi intención es no dejarle antuertos a mis hijas, que lo poco o mucho que encuentren de mis restos tenga todo un valor, y si puede ser, un buen precio. También me queda saldar cuentas con mis enemigos y deudas con mis amigos. A Marcelino le debo 50 euros, a Ramón también... A Ignacio Gaspar, si no se estropea el ordenador, tengo en él una obra quele corregí, y si no me equivoco, no hay otra superior hoy en día, e incluyo a José Rivero Vivas. Si puedo arreglar lo inédito propio, que lo custodie mi amigo y editor Anghel Morales, si sigue en pie de guerra. Creo que llegaré al día 24 de este mes. Pero si no, el cuadro que está enmarcando una tienda de la calle el Castillo --"La plazoleta"-- es de mi amigo Manzano. En fin, supongo que iré recordando más cosas antes de que la sin nombre me diga "ven ya conmigo, significante sin cortesía". (Ah, nahualt, el vaso barril creo que me lo regaló, sotto vocce, nuestra barman, aunque lo que me han robado o he robado lo doy por prescrito).
Acabas de inventar el testamento bloglógrafo.
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