sábado, 22 de octubre de 2011

surfeando por la red y de nuevo Ross MacDonald

El ominoso silencio del cuervo y el discurso político del nahualt, que no me conmueve profundamente, me llevaron a videar páginas de dos amigos lejanos que ya se fueron hace años. Busqué sus nombres y aparecieron sus blogs. Nada de Demonio Eta versus Santa Democracia , ni Gadafi pidiendo clemencia, ni Chávez cumpliendo promesa con el Cristo de la Grita, ni Melini versus Jérez, ni el Escobillón callado, ni el Benito Pérez Armas placenta de desiluciones... Me sumerjo en La piscina mortal como ayer la mujer de la guagua en Un burka por amor. El ensimismamiento de un lector, abducido por el libro, es mejor que dos críticos sabios favorables y veinte mentecatos en contra. En la novela de Ross MacDonald, la explicación de estos tiempos no puede estar mejor (es un decir, un tópico) resumida:

Cuando volvió el rostro, su boca estaba manchada de sangre. El pasillo del hotel que recorríamos era tan interminable como el tiempo. Al caminar, sus pisadas levantaban pequeñas nubes de polvo. El polvo apestaba a muerte. Sorteé la basura desparramada por la alfombra desgastada, siempre detrás de ella. Viejas fotografías, recortes de periódico, esquelas, preservativos usados y cartas de amor atadas con lazos rosas, cenizas y colillas marrones y blancas, botellas de whisky vacías, vómito seco y sangre seca, platos con restos de comida fría sobre bandejas grasientas. Tras las puertas numeradas se oían chillidos, gruñidos, risitas, alaridos de placer y alaridos de dolor. Mantenía la mirada siempre de frente, rezando para que no se abriera ninguna puerta.


Uno de los amigos lejanos no escribe de sexo porque no es elegante. A veces, sí, no es elegante.

El camarero me envió deslizándose sobre la superficie lisa y negra de la barra, un delgado bocadillo de pan blanco y una taza de espeso café marrón. Tenía las orejas rosas, como un par de mariposas. El resto de su humanidad se había quedado en estado de larva.
--No he podido dejar de escuchar --dijo, pegajosamente--. Si usted busca un contacto, yo le puedo ofrecer un buen número de teléfono.
--Escríbalo con sangre sobre papel de estraza y toméselo para desayunar.
--¿Cómo? ¿Sangre?
--¿Que le hace pensar que el sexo es lo más importante que hay en la vida?
Se rió soplando por la nariz, y dijo:
--Dígame, ¿qué otra cosa si no?
--El dinero.
--Claro, pero ¿para qué quiere un hombre dinero? Contésteme.
--Pues para retirarse a un monasterio en el Tibet.

Bueno, en La piscina mortal, el detective, que llega un momento en que investiga sólo por saber qué, cómo y por qué, está asqueado del sexo que se estila en las zonas dónde. En toda la novela, a pesar de varios ofrecimientos, el hombre no entra en ese juego, incluso sigue queriendo saber aun cuando la clienta --era una clienta-- se quita la vida con estricnina.

En el otro amigo lejano, el sexo es el lujo de la vida. Está por todas partes. Llamando a la vida como el día llama a la noche y la noche al día. El sexo está en toda su obra y es más que elegante. Así será, si hay suerte y salud, el próximo martes en Tijuana. Daremos noticias.

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