martes, 2 de agosto de 2022

capítulo en la cuerda floja

Cualquier cosa puede suceder pero mi misión, mi voluntad, era tener distinción social. Ser contratado por grandes damas como pintor de cámara. Aunque nada socialmente destacada, la hermana de Ramiro Rivero hacía comidas destacadas. Nada que ver con la comida que hace mi padre. Ni sé si llamarlo mi padre o mi abuelo. Si soy hijo de su hija, él es mi abuelo. Pueblo pequeño, paredes de cristal. En San Andrés nadie dice que mi padre es mi abuelo. Todo el mundo sabe que preñó a su hija, mi madre. Él desde entonces no ha salido nunca de casa. No quiere ver a la gente. Y la gente no quiere verlo a él.

--No he podido dormir pensando en ti, quiero pintarte, ven...

--No, a tu casa no --dijo la hermana de Ramiro Rivero--. Ven tú.

Teniendo en cuenta que a esa hora Hansel y Ramiro estaban ya faenando en alta mar.

Fui. 

No me dejo hacer ni un boceto. La pinté por dentro. Tuve una corrida catarata, caudalosa. Le comí el coño y saboreé mi propio semen mezclado con sus jugos vaginales. Todo bien menos las prisas posteriores. 

--Vete antes de que llegue mi hermano.

Amanecía y sí, Ramiro Rivero podía aparecer en cualquier momento, cansado de pescar y con ganas de comer.

Ni ella quería que su hermano me viese con ella ni yo quería que Ramiro Rivero la viese conmigo. Estábamos en sintonía estratégica. Acechamos que en la calle no hubiese moros en la costa y salí pitando, con un hambre feroz. En la cocina de la casa de mi padre abrí un caldero y me puse un plato. Por lo menos me quitó el hambre. Y el sabor del coño de la hermana de Ramiro Rivero. Perder ese sabor me quitó la inspiración y dejé de lado el cuadro de los espejos, me tendí en el camastro y cerré los ojos.

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