martes, 19 de septiembre de 2023

cosas

 Qué cosas. Lo llamo a las 22.30 hora canaria. Una hora más en la península. No coge la llamada. Me contesta por escrito, que estaba en una visita médica (¿a medianoche?) y que no cogió la llamada porque pensó que era un error. ¿Un error? De misterio en misterio. Aplico el cuento de cuando Confucio visitó a Lao Tse. Tenía curiosidad por conocerlo. "¿No me ofreces una taza de te y una silla para sentarme", recriminó Confucio. "Yo no te voy a decir lo que tienes que hacer. Si quieres té, ahí está la tetera, y si quieres sentarte, ahí hay una silla". A Confucio le pareció el anfitrión un maleducado y un impertinente, y se marchó rabiando.

Los amores públicos ya no me interesan. Estoy con el poeta musulmán de Córdoba, siglo XIII creo. "Los amores clandestinos tienen algo que no tienen las uniones públicas". Tienen el resguardo. Lo público cae siempre en lenguas, algunas generosas y otras maldicientes y burlonas. No, los amores públicos ¡agua!, azufre.

De eso de las lenguas recuerdo un cuento viejo: Un señor le dijo a su cocinero que tenía invitados a los que quería festejar y que preparara el mejor manjar. El cocinero compró lenguas en el mercado y preparó un guiso exquisito. Otro día el señor le dijo que tenía invitados molestos y que preparara una comida que no les gustase para que no volvieran más. El cocinero fue al mercado, compró lenguas y preparó un guiso casi repugnante. 

La lengua es de lo mejor que tenemos pero también lo peor. De ella, del mal que tiene, habla el escudero Obregón (en la novela que escribió Espinel). Dedica muchas páginas a las lenguas de víbora. Me acuerdo de lo que dijo de algunas mujeres (pongamos personas, en general) honestas. Lo son --dijo-- solo por darse el gusto de señalar los defectos de quienes no lo son.

 En fin, Cosas.


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