Hay que bajar de las nubes, coloreadas con tonos fantásticos y brillos sublimes. La realidad que vivimos y percibimos es más rutinarias, esta calle donde hace tiempo no vienen abejorros de culo negro ni de culo blanco. No hay fuegos celestiales más allá del calor del insistente verano, a mí negándome las fiestas y el jolgorio, incluso la conversación entretenida, y tampoco hay llamas hirientes del infierno. Salir al mundo, al mundo insistente y conocido, una casa de comidas o la orilla del mar, se me ha convertido en la tediosa y fatigosa hazaña de Sísifo subiendo la piedra por la ingrata montaña.
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