domingo, 28 de marzo de 2010

T

Quedo con T en el Atlántico. Veo el partido en la tv mientras espero. Aparece por fin, con su cabello rubio enmarañado, risueña, contenta de verse conmigo a pesar de que estoy sin afeitar, sin bañar, con los pantalones rotos y las mismas ideas antiprogres y antihumanitarias. Ya no me dice que, cómo una chica de izquierdas, como ella, anda con un maltratador como yo. En ese tiempo me dieron ganas de mandarla al carajo. Aún estoy esperando que Bibiana Aído le saque la tarjeta roja a la monarquía española, que sólo admite rey, y la reina sólo es la consorte del rey. En fin, yo también fui progre, izquierdista y todo eso, pero ya no defiendo a nadie, ni ataco. Este circo no es el mío, aunque como cualquier vecino, lo sufro lo mejor que puedo. Sin embargo T me cae bien, la conversación es animada y la cena, invita ella, nos fortalece el ánimo. Es guapa, inteligente, simpática y ha aprendido a aceptarme como soy, aunque me reprocha que tenga mala cara y todo lo demás. Como me quiere bien, desea mi prosperidad y belleza y cuidado del cuerpo que... no, no es cuidado del espíritu. Cuanto menos me baño y peor me visto, más fuerte y alegre está mi espíritu. Con sal, lluvia y vientecillo fresco. De buenas intenciones está el infierno empedrado. Ya es hora de que a los que no somos buenos ni bien intencionados, se nos reconozca por lo menos el mérito de no tener vergüenza y andar por ahí sin pedir perdón. Hasta que nos obliguen, que todo llega.

Llama Beba. "Migo, estoy en La Pandorga". Pallá abajo bajo, con la puerta de la iglesia cerrada y los farolitos encendidos de la calle Belza. Los pantalones rotos los puse a lavar. Me bañé, me afeité y tengo mejor pinta. Beba quiere hablar con Dios. Estupendo. Hacemos la vaquita y hablamos con Dios, en el Monterrey.

--Eso hay que darle la forma para hacerlo así --dice Ferni--. Estoy hasta los huevos de mi madre. No sé por qué no se murió cuando yo nací, y ahora le pongo moscas verdes en la comida, pero nada...

--¿No sabes lo que me pasó. Jesús? --dice Beba.

--¿Qué te pasó, mujer?

Me cuenta lo que le pasó. No me entero de nada.

--Oye, Pedro, ¿qué pasa?

--Flaco estoy, pero tanto como nadie no soy --dice Pedro.

--¿Te vas a mosquiar otra vez conmigo?... Dame un besito, mi niño, ¿verdad que Pedro es un gran amigo?

--A estas alturas nos vamos a estar con...

--Ay Chona...

Afuera, en la mar, fondeado, un buque parpadea luz roja. Sobre el mástil, la luna llena. Las colillas bailan, en el asfalto de la avenida, al paso de los coches.

--Ponle otro ron a este hombre --dice Pedro.

--Niño, espera, que yo voy con ustedes...

--La conocí por la voz...

Y del Monterrey subimos a mi casa. Nos cruzamos con José Rivero. El hombre imagina historias entre Beba y yo. Una mirada cómplice. Luego, desde la plazoleta, bajamos a La Tasca. Allí Andrés, el que le tocó la oreja a Marcelino, y ahora conmigo como si fuèramos camaradas de todos los tiempos, y también un asturiano, fuisteis al carmín de La Pola... La plática es todavía más surreal, Ionesco en estado puro... Me despido con abrazos fraternales. Paso por El Castillo, la penúltima, Diego sin papelillo, y me adiós a la noche.

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