Sospecho que Anghel Morales viajaba de marinero en aquel barco donde en su cubierta se posó el albatros. Después de que los otros rudos tripulantes encarnecieran al pájaro poeta, Anghel, buen cocinero, decidió cortarle el cuello, desplumarlo y convertir su carne en sabroso alimento en la cocina del buque. Uno es lo que come, dicen, e irremediablemente Anghel Morales desde ese momento, desde esa digestión, enfermó de poesía. El verbo se había convertido en carne y la carne se volvió de nuevo, en el alma de Anghel, en verbo poético. Nuestro autor se hizo poeta.
Él, antimonárquico, no quiere estar con los príncipes ni reyes que pagan bien el servicio de las musas. Ni siquiera es afín a los caudillos o jerarcas. Su lugar está, afín con los marinos en la cubierta del barco, o con el agricultor sobre el surco de la tierra, o con el obrero que cubre la pared o pone un bloque tras otro. Está nuestro autor con los anhelos de la gente de abajo, la que en muchas ocasiones no tiene más riqueza que la palabra. Su verbo es sencillo y claro, a veces herido, a veces reivindicativo, a veces airado, y casi siempre mostrando lo que tenemos en torno de nosotros. En torno y dentro de estas islas, lo que tenemos es ya muchos siglos de dependencia. Contra la rapiña de un Estado impuesto desde la llamada Conquista, algunos poetas canarios, a lo largo de nuestro tiempo sufriente, han levantado su voz contra el colonialismo. Anghel Morales entre ellos.
Los poemas de este Credo fueron escritos en una época propicia. Radio Canaria Libre, la voz de Antonio Cubillo, abría a nuestras almas las puertas de la jaula, y salíamos del letargo colonial para reconocer y decir nuestro lugar en el mundo. No importaba --como escribió Estévanez-- si nuestra sangre procedía de cercanas o lejanas latitudes. Nuestro espíritu era isleño, de estas isleñas rocas.
A pesar de la opinión de un policía asturiano, enviado aquí a sopesar la fuerza del ideario y fuerza estratégica del independentismo canario (según cuenta Gómez Fouz, en su tiempo campeón de Europa de boxeo, en los pesos ligeros), que informó al Ministerio del Interior que en estas islas no disponíamos de armas, de movimiento armado, para hacer valer la idea de la liberación, al parecer, según sentencia de un tribunal Europeo, el entramado gubernamental español decidió seguir adelante con su planificación criminal. Les salió absolutamente bien la jugada. Si el puñal español hubiese acabado con la vida de Antonio Cubillo, hoy tendríamos un mártir. Su martirio hubiese hecho germinar el deseo liberador en mentes indecisas. No fue así. Lo condenaron a la invalidez, y sin fuerza para hacer valer de nuevo su voz por sí mismo. Ha tenido que aliarse con el peor enemigo, el de dentro, el que se disfraza, ese gran editorialista que, con sus mentiras, manipulación de la Historia y su odio edípico a la isla de Gran canaria, le hace perfectamente el juego a los intereses coloniales.
Sin embargo, la voz del poeta Anghel Morales --aunque aún por pasar por la cernidera del pueblo-- esta vez se remonta sobre la tierra, y desde la cumbre convoca a Achamán. Él lo oiga. Caliporco.
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