El lustre y los blasones de tu gloria
con sangre de traición están manchados;
¡el hierro con que matan tus soldados
es digno pedestal de tu memoria!
Hoy se yergue mi espíritu altanero
para decirte, a nombre de vencido,
con temple y lealtad de caballero,
que en la lucha llevabas escondido
debajo de la cota del guerrero,
el corazón infame de un bandido.
dedicó don José Bentacor, seudónimo Ángel Guerra, estos versos en 1903 a Fernández de Lugo. Hoy son aplicables a muchos, con puñeteras casas y puñeteras prebendas, pero vamos a dejarlo aquí. La ley los protege, a los invasores interiores, los peores, las alimañas más dañinas. Están en todos lados, y sólo oyen lo que quieren oír. Yo también oigo lo que quiero oír. La voz rumorosa, español bilbaíno, de Ojos de Miel. No me dejó dormir. Me mantuvo despierto hasta el alba. Apagaba la luz, y la volvía a encender, para tenerla en mis manos, leerla extensamente, verla y sentir cómo se movía entre líneas, sobre el lecho. La cama rococó donde murió mi madre. La acaricié con delicadeza y me sumergí en ella --sin ya más apagar la luz de la lámpara de la mesanoche-- con la decisión de la mujer de José Juan hace varias semanas, cuando una noche en El Puerto (uno de los puntos clave de la trigonometría de Ramón) esta mujer se dejó ir a la mar y nadó hacia el horizonte. Un resplandor rojo bajo su cuerpo la mantenía a flote, bailando sobre las aguas, ondulándose en las olas, hasta que, al alba, nos encontró irremediablemente el sueño y cerramos las hojas de nuestros ojos y quedamos dormidos.
Comprendo cómo --dicen-- los mejores novelistas se hicieron con el oficio porque se criaron entre mujeres. Rara la que no crea que su vida es una novela. Desde que entras en la intimidad con ella, da por supuesto que debes convertirte en lector-oidor de su novela, y la cuenta. Esta noche me tocó oír, de Ojos de Miel, su historia en Bilbao con un prominente apestoso profesor, a quien llamaré aquí don Corcho, uno de esos sujetos que se las saben todas pero en cuanto se les caen los velos, ves al tarado que llevan dentro. Un ser miope e insensible que la confundió a ella, una princesa vascongada, con un corcho. La trató como si ella fuese un corcho, una hetáirica muñeca de corcho. Ojos de miel había quedado deslumbrada anteriormente por los conocimientos materialistas dialécticos del profesor don Corcho. Pero después de las admiraciones, los puntos suspensivos abrieron decisivos dos puntos: "Te jodes, cabronazo", esta fue la despedida de Ojos de Miel. Descubrió lo que es sentirse colonizada. Don Corcho colonizó su ánimo. Ella sí sabe lo que es colonización. No como aquel amante ilustremente acorchado, que estuvo en Cuba, en Paris mayo 68 oh La La Sorbona, en Oxford, en Yale... Algo aprendió, sin embargo, Ojos de Miel. Es una ilustrada política. Así que la dejé en San Andrés y no la llevé conmigo al profundo Sur. Y nada de motivos políticos. Otros son los motivos, pero para explicarlos tendría que hacer uso de la ecuación en segundo grado de suspense de Laureano de Lorenzo, a quien vi en el Sur, y a Bertolucci, y...
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