El antiguo traductor y estudioso de la obra del ruso de El hombre del subsuelo, poco menos que perdona a Dostoievski haber escrito El hombre debajo de la cama. Le critica haberse rebajado a bailar el can can. Se ve que en aquel tiempo no habían oído a Aristóteles, con quien estoy de acuerdo (los días de luna menguante) cuando defiende que la comedia es superior a la tragedia. No sólo es más difícil lograr una comedia, sino que ésta ayuda más que la otra a que el ser humano tome la vida con filosofía.
En esto iba pensando cuando entré en el Monterrey. Noche cerrada. Escenario conocido por fuera y por dentro. Fuera las palmera, quietas, sin viento, y más allá en la mar los barcos fondeados con las proas hacia el poniente. Dentro, en el rincón de los poetas, Chani y Orlando. Esta vez, qué novedad, hablando de los españoles.
--No sólo eran enfermos sino hijos de puta asesinos --decía Orlando--, y que no me tropiece con ninguno esta noche porque...
--Esta muy bien el libro --dijo Chani, sobre El fulgor del barranco--. Lo estoy leyendo despacio para que me dure. Ahora voy cuando la hija del capitán se casa con el enano, con el primo, y después del viaje que hizo en barco, mandan al moro a vivir a la cueva. Estoy disfrutando la lectura.
--Sólo sé que no creo en mí --le oí decir a Orlando, con los ojos perdido en fotos de sugerentes damas que buscan beber una copa con cualquiera, en la pequeña pantalla de su pequeño portátil--. Un regalo, dice esta. Una bomba con una mecha encendida le voy a mandar, de esas que salen en los colorines.
La noche es apacible y me quedaría más rato en la barra del bar, pero al día siguiente temprano, con mi hermana y mi padre al especialista. El especialista, que del curso no es la anemia que tiene. Mañana ingresa en La Candelaria. Oh hospitales, peor que el mundo de las ideas.
En el regreso a S/C, subo a la editorial y recojo los ejemplares de Llorad las damas. Lo hojeo. Puede estar mejor. Creo que se sostiene en pie, aun a riesgo de alguna que otra aproximación al ripio. En fin, ya vendrá un lector crítico que diga esto y lo otro y nombre el dichoso can can. Mejor, no me gustan los halagos.
De todos modos, aburrido de leer la prosa memorística de Juan Cruz, me pasé a Vidas de los ilustres filósofos, de Diógenes Laercio. A mi gusto, gané mucho con el cambio. Un libro con el que uno disfruta, y de verdad.
El cíber público del pueblo, se llena de eso, de público. El calor humano no es lo mío este día de hoy. Y mañana radio. ¿De qué hablamos? De lo que quieran, de lo que salga, de lo yo qué sé. No tengo ni idea.
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