Anoche soñe con Zapatero. Su mujer me venía a buscar para que le echase un cable a su presidente marido. Yo no soy como Berlusconi, así que allí fui. Vivía en lo alto de una montaña junto a un precipicio. Con la ayuda de dos delincuentes (no me acuerdo de qué ramo del delito eran especialistas) le sacamos al conturbado presidente las castañas del fuego, como suele decirse. Un plan estratégico político económico genial, lástima que ya no lo recuerde nada.
En la casa, los libros derraman el fruto de sus páginas. La obra completa de Dostoievski en el cuarto de arriba, abierto por una novelita del ruso que su traductor y estudioso desdora en comparación con otras obras más serias y contundentes del gran escritor. Sobre la mesa del patio, Umbilical, que resucita de un trecho de aletargada lectura y vuelve a cobrar interés. En otro sitio, Egos revueltos, que siento disentir de mis amigos, pero ofrece amena lectura, no carente de un humor tranquilo y de una ironía amable. Trata de encuentros del autor con vacas santificadas de tiempos ya pasados.
La polémica que rueda sobre el autor Juan Cruz en los ambientes que me muevo, me mueven a la reflexión. Los sistemas tienden a construir muros. Cualquier sistema se resiste a su quiebra, porque entonces dejaría de ser un sistema válido, verdadero, operante. El sistema colonial canario, el más cercano ejemplo, tiende a crear ese Muro inaplazable, el muro de todos los muros, el que han construido entre Las Palmas y Tenerife. Y por ende, entre todas las islas, y dentro de las islas, etc. Otro muro es entre el canario que ha salido fuera y el que se ha quedado dentro. Entre uno y otro se interpone el muro del rencor y/o del orgullo. El que ha salido de la isla, que ha visto y vivido otros orbes, siéntese orgulloso en relación con el isleño condenado a vivir dentro de los límites geográficos, y espirituales, de la isla. Pero también lo mira con el rencor del que no es aceptado plenamente, pues ¿a qué volvió? ¿a darnos lecciones de mundo? Ale, que se vaya por donde vino...
Esto es lo que oigo en algunos amigos en relación con Juan Cruz. Aquejados por el síndrome del hada número 13 (del cuento de la Belladurmiente), que no fue invitada al festín, le reprochan que, habiendo sido editor en Madrid, no haya publicado a ningún canario, y cuando viene a la isla, es maestro de ceremonia en todos los actos importantes, es decir, donde hay haberes por medio.
En fin, con esto barrullando la cabeza bajaba por la calle La Cruz. Chani en la ventana de la casa de su abuela.
--Está guapo el libro. Es bueno de leer --dice, refiriéndose a El fulgor del barranco.
Es lo que hay que pedirle a un autor. Que sea bueno de leer. Otra cosa que es no todos los lectores aprecien los mismo libros. Pero esto ya es de Perogrullo, al que de vez en cuando, aunque sólo sea por cortesía, conviene recordar.
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