Aunque a Marcelino lo enseñó a luchar una mujer gomera, de Agulo, por fin logré convencerlo para llevar los palos de jacaranda a Icod en su berlingo. De camino, ya que estábamos en ello, cargamos también un aguacatero y un granado. El día estaba nuboso y la tarde no hizo ningún destello de maravillas poéticas. Ya en la casa de Santa Bárbara, descargamos y recogimos las piñas de millo, regamos el aguacatero y los romeros, bebimos el vino de Sibisse, de la penúltima garrafa, y sentí nostalgia de los libros ausentes: la edición de Bajo el volcán ilustrada por Barceló, Moby Dick, la Poesía de Guillermo de Aquitania... y otros que en su día sintierónse incómodos en la empolvada biblioteca y levantaron el vuelo hacia salones señoriales y bibliotecas de alcurnia. Ojalá hayan encontrado lectores tan atentos como un servidor, ellos que tan mal pagaron mi aprecio. Incluso libros dedicados: Segunda mano, de Víctor Botas; Blues castellanos, de Gamoneda... Y después de los libros se marcharon muchos lagartos, y tampoco ya llega a la huerta de la casa la avecilla que cantaba al albor y alegraban en otros tiempos mis oídos solitarios. Una noche de aquellos tiempos, bebía ron en un bar del pueblo, por encima de la carretera (la casa está por debajo) y un paisano se me arrimó a charlar. No recuerdo de qué hablamos. Recuerdo que me invitó a la bodega que tenía en su casa. Allí fuimos. En su jeep. La mezcla del vino de la bodega con el ron anterior del bar hizo un efecto saludable, luminoso, comunicativo. Frente a las barricas de la bodega, con piso de tierra, había un hoyo recién hecho, de anchura y profundidad respetables.
--Y ¿este hoyo? --pregunté.
--Es para enterrar a tres perros que maté esta tarde, porque mi madre está enferma en la habitación de arriba y le molestaban los ladridos... Vamos a mi habitación ... (omito el contenido de los puntos suspensivos) y después me ayudas a enterrar a los perros...
--Lo siento, creo que te equivocaste de persona --dije, con un repetido "no te vayas, hombre" a mis espaldas y no sé cómo, acerté con la puerta de salida y bajé por un camino, noche oscura, que desembocaba en la carretera de La Guancha, por donde seguí bajando, y cuanto más bajaba, más etéreo era el efecto de la borrachera. No sé a qué altura, la piedra del monte junto a la cuneta se me acercó veloz a la cara y lo siguiente que recuerdo fue que me vi echado en la cuneta, donde procuré acomodarme, diciéndome, más o menos, mañana será otro día y vendrá de nuevo la luz del Sol.
Al rato oigo que me hablan. Eran dos policía nacionales. Me recogieron, me subieron en el coche, me preguntaron dónde vivía y me llevaron a la casa y me ayudaron a meter la llave en la cerradura. Policía ángeles. No como otro, de la policía local, noche más antigua, en Gijón: uno de los que iban en el coche patrulla se bajó y, sin mediar palabras, desenvainó la porra y comenzó a golpearme. Me enfrenté a él y le grité cobarde, cobarde... hasta que salió el compañero y lo obligó a meterse otra vez en el coche, y se largaron...
Nosotros, Marcelino y yo, también nos largamos de Santa Bárbara, ya noche cerrada y el móvil del amigo cargado de fotos --ahora también quiere ser fotógrafo, como Ramón-- en un ventoso viaje de regreso. ¿Habrá arreglado ya la ventanilla? Y en el asiento de atrás una cosa que, Anghel mediante, pronto será un chorro de agua fresca sobre el hoyo más o menos profundo de nuetras buenas y malas artes. Ya verán.
En el Franco --tengo que llevar a mi padre a ese sitio, cuando volvamos a tener coche--, con foto de don Francisco incluida... gozamos gratis de una pelea entre un mago abusador y otro listo que se alió con un taburete y el mago cogió un casco de cerveza y... interrumpieron la función.
De lo que no entendí casi nada, ni los plateamientos, fue el teorema de Poincaré (?). Sé que hay un balón convertido en punto y varios donuts con sus agujeros, pero ahí me quedé. Seguiré investigando, a ver si es verdad que el universo es finito, y no infinito, como defendían no pocos de los filósofos biografiados por Diógenes Laerte en sus vidas de filósofos griegos...
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