viernes, 3 de septiembre de 2010

recuerdos, pólvora mojada

--... --dije.
Hasta Orlando, ahora en la barra de La Pandorga (que también es zona wifi) porque se peleó esta tarde con Fernin, se asustó.
Sólo un nombre y dos apellidos. Mejor eso que la dignidad de la que habla un personaje del Informe, un ateneísta lagunero de pro. La santísima trinidad. Tres personas distintas y un solo "yo" verdadero. La parte racional, la emocional y la orgánica. Cuando domina una más que otras, el individuo tiende a perder salud. La parte orgánica es el combustible, la emocional la energía y la racional el movimiento. La racional está regida por la moral, la emocional por la intuición y la orgánica por el instinto. Los vasos comunicantes de la naturaleza ponen en relación las tres partes. Por lo demás, estoy pensando, hay que recurrir a Pirrón.
A menos que me ocurra como cuando estudiaba en el colegio Tinerfeño Balear, con mi amigo Ramón Pineda. Sin haberlo estudiado, descubrí el teorema de Pitágoras (mucho más sencillo que el de Poincaré) y el único resultado fue que la profe de Matemáticas (la señorita Mercedes) recibió mi solución con una carcajada que me dieron ganas de convertirme en lagarto y esconderme detrás de la pizarra. Yo andaba mucho con el compañero de clases Ramón Pineda, y el amigo me pegó su pasión por la ciencia de los números. Su ídolo era Einsten. Nunca le comprendí la teoría de la relatividad, pero capté otras muchas de sus lecciones.
Ayer, José Rivero Vivas, hablándome de un paisano de San Andrés que le rompía la boca a catorce, sin saber karate, y cuando iba por la calle Miraflores al chulo de turno lo ponía en su sitio si maltrataba a la chica, me recordó los tiempos del colegio. Un grupo de clase (Ramón Pineda no) íbamos mucho por la calle Miraflores. Me enamoré de Bárbara la francesa. Creo que tardé menos de un mes en reunir la quinientas pesetas que valía el que Bárbara me correspondiese en el amor. La teoría de las correspondencias de la poesía simbolista.
Ramón Pineda no pudo seguir estudiando, por motivos económicos familiares, pero seguí viendo mucho al hermano. Un loco, un golfo. Me subía detrás en su moto y aquel tiempo me dejó las ganas de algún día tener una moto. No un puto y alienante coche.
Pineda construyó un barco en la carpintería de su padre (en el antiguo barrio de Los Llanos, cuando en ese barrio había un cálido estercolero (El Lazareto), y no ese hiriente y maléfico edificio de Calatrava). Ramón Pineda, fruto de infalibles operaciones numéricas, había construido ese barco. El hombre (bueno, teníamos 13 años de edad) siempre se reía recordando el destino del pequeño buque. Navegó hasta unos cincuenta metros de la costa, y luego, de repente, se hundió y lo cubrió el agua del mar. Ay, cuánta pólvora mojada descubrimos a lo largo de la procelosa vida.

--¿Cuándo viene Juana? --preguntó mi padre, antes de viajar a La Salud a casa de mi hermana para una cena de despedida a mi sobrina y a su novio, que mañana vuelan a Donostia. No me acordé de decirles que pasaran por el muelle y saludaran a Karmelo Iribarren. Sí les dije que saludaran a la ciudad de Gijón (adonde viajarán después) de gratos recuerdos, entre otros muchos.

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