viernes, 24 de septiembre de 2010

Crónica de una noche en el Ateneo y otros lugares

"el público toma de un escritor, o de un escrito, lo que necesita y deja pasar lo demás, pero normalmente suelen tomar lo que menos necesitan y dejan ir lo que más necesitan. sin embargo, todo esto me permite ejecutar mis pequeños movimientos sagrados sin molestarme si los entendieron. entonces no habría más creadores, estaríamos todos en la misma olla de mierda. talo como están ahora las cosas, yo estoy en mi olla de mierda y ellos están en las suyas, y creo que la mía apesta mejor". (Bukowski, Escritos de un viejo indecente.)

Quedé con José Rivero Vivas sobre las seis de la tarde. Para subir a La Laguna (aquí, cuando se habla del Ateneo, es el de La Laguna, no hay otro). Llevé la basura al contenedor, en la carretilla; Limpié en el patio de afuera el cubo de la basura (ya apestaba), fregué la loza (se rompió un plato, el pequeño), saqué a Thor, me bañé en la azotea (los viernes viene Elena, de Bolivia --le paga mi hermana--, y pasé, a la 17.30 por casa de José, patio solariego, machadiano, a revisar unas últimas correcciones del libro, ya más que esperado, José Rivero Vivas, un mundo literario rotundo, y quedé en esperarlo en el Monterrey. Le pedí fiado a Carmita un buche de Aldea. Llamé por el móvil a Orlando, que se había apuntado al viaje. Me dijo que estaba arreglando el ordenador y que no podía subir, que sentía no poder oírme (qué cosas) pero que estaba liado. Un bulto menos. Al poeta ya se le pasó un pollo de ayer con Deivi, que le cogió el tenedor a Deivi y pinchó de su plato, en el Monterrey, un pedazo de clara de huevo ("lo mejor del huevo es la clara",dijo) y Deivi se molestó. "Esos comunistas ingleses son de cartón piedra", dijo Orlando, "mañana le voy a echar la bronca, se va a enterar lo que es el auténtico comunismo".
Llegó Pepe. Llamé a Marcelino, que dijo que subía por su cuenta porque tenía cosas que hacer y aún era temprano. En La Laguna, José me invitó a una cerveza. Hicimos tiempo viendo la exposición en el Cabrera Pinto (leer la entrada de Ramón en su blog). Poco a poco fueron llegando los amigos y más gente. Juan Royo, Agustín Enrique Pacheco, el policía nacional jubilado y ahora escritor (¿Anghel, cuál es el nombre de este hombre? Lo olvidé, lo siento), Javier Hernández, Ramón Herar... Ya en la sala, llegaron Marcelino, Sonia Muñoz, y cuando yo hablaba, Gladys y Lizundia. Cuando terminó la cosa, besé a Gladys, con la alegría de verla. Lizundia me tendió la mano. Fue como si me quitase un peso de encima. Luego me diría que ya su ciclo en la radio se cumplió. Si él supiera que tengo el mismo estado de ánimo con la dichosa radio. Si sigo es por inercia, lo mismo que con el independentismo: sigo siendo independentista por inercia. Ya abajo, en el bar de Tello, el pobre Javier no tenía 20 euros. Marcelino no los tenía. Se los pedí a Juan, pero ya Javier se había ido, sin 20 euros. Llegaron Quico y Kimi. Solaz en el bar de Tello. Y luego Pepe, hambriento, nos arrastró a Marcelino y a mí, a un bar de la calle San Agustín. Poco a poco fueron arribando los demás: Agustín Enrique, Quico y Kimi, Ramón (nada especial que contar el bueno de Ramón), Sonia, Gladys, Lizundia, Juan... Buena velada a la luz de la luna. Me sorprendió Quico. Es más que un buen fotógrafo.
En el regreso a San Andrés, José y yo nos perdimos. Una aventura. Seguro que José Rivero Vivas la convierte en novela: Gofio en la noche.

2 comentarios:

  1. me ha gustado, parece como si yo tambien hubiera vivido todo ésto, solo con conocerte a ti, los demás me suenan de oírtelos nombrar en tu blog.

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  2. Me encanta esa entrada que dices: que te gustan tus movimientos sagrados, refiriendote a lo que escribes y te permiten mover sin importarte si al publico le ha gustado o no. eso está muy bien.

    El nombre del perro me ha gustado también Thor.

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