jueves, 7 de octubre de 2010

nada es algo, no lo dudes

--Esta cerveza no existe, la realidad miente --decía Cristo, seguramente contento de resolver un sudoku, cuando llegué al Castillo, después de que me llamara Beba al móvil.
--Baja, migo, que estoy aquí sola.
Sola no estba, estaba con otro. Contándole sus penas con el hermano, porque Geli la goda le dijo en la tasca El Asunto que su hermano no quería que lo estuviera agobiando.
--Ven aquí, migo.
--Sí, pa hacer un trío --dije, y la cosa es que rieron la gracia.

Pero antes quería hablar de la frase que me aplica la Artefactoría Herar, en su bosque quemado: "que hablen, aunque sea mal". Se equivoca míster Cuervo. La sentencia lapidaria, y creo que es de Dalí el copirrái, es "que hablen aunque sea bien". El mal hablar anima al lector a buscar al acusado. No queremos inocentes, queremos acusados. Si hablan bien, bueno, elogios, amiguismos, sentimentalismos... pero si hablan mal... ay, si hablan mal. Nos están inmortalizando, como dijo mi amigo Borges.

--Un millonario gana el Nobel, y le dan un millón de euros, y a ti, tú ¿qué pintas?, ¡no te dan nada!... --dijo Chani mientras Beba me contaba la historia con su hermano Jose.
--¿Tú no ves a Orlando? --dijo Cristo--. ¿quién es Orlando? Un borrachito que cuando se muera le van a hacer aquí una placa... ¿Y Jesús? Otro borrachito, otra placa...
Sin comentarios. así que llevé a Beba a la montaña, un paseo por el delirio de Nueva York en invierno, en el clío, en estado legal, gracias a mi viejo.

Tres son los órganos imprescindibles: cerebro, corazón e hígado. El buen entendimiento entre esos tres órganos anuncian a los sabios. Los otros, sufren enfer4medad: Alzheimer (?), Infarto, Cáncer...
Antonio Bermejo, un narrador de novela perdida, le dio importancia suprema a los pies. También tenía razón.
Y ahora hubiese aquí apuntado el sms de Beba a mi móvil, y el mío al suyo, pero dejé el telefonillo en el patio de abajo. Ale, variados lectores, y recordad: las moscas verdes están en todas las banderas con estrellas. Holmes el Rata lo sabe, aunque le dé por la floriputa poética-épica.

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