sábado, 5 de febrero de 2011

sueño del mago

--Cuando yo muera, quitas las plantas de la azotea --dijo su madre.
--Cuando ustedes mueran --su padre también estaba presente-- lo que harán es echarme de aquí.
--Tú eres mi hijo. No pueden hacerte eso --sollozó la madre.
Recordó que la maltratadita, oyendo in illo tempore a la tribu, dedujo que al mago lo habían encontrado en un barranco.
El sueño continuó con unos del pueblo que le pidieron ayuda para hacer unas obras en las montañas del Cercado. Les prestó unas herramientas y volvió a esta casa, donde está este ordenador de complicada historia.
Su hermana estaba llenando la sala de muebles y otros enseres con los que repoblar la casa.
--Vete quitando lo tuyo para hacer sitio a lo mío --dijo.
--Mamá sigue viva --afirmó el mago, mientras la hermana estaba metiendo ropa sucia en la lavadora.
--Tú capacidad mental está aún más deteriorada. No tengo tiempo para tonterías. Vete recogiendo tus cosas.
--No me empujes. Esta todavía no es tu casa.
Recordó que había dejado la bolsa con herramientas en la furgoneta de los paisanos que iban a la montaña. Con más de lo que necesitaban. Corrió, viendo que la furgoneta aún estaba parada en la calle San José punta arriba, con el motor en ralentí.
--Ven con nosotros. Pasaremos un día estupendo.
--¡Chito! --oyó que lo llamaba su padre.
--Lo siento. Mi padre me llama.

Y realmente lo estaba llamando, para calentar un caldo. Le costó despertar. El padre sí estaba bien despierto, y tenía hambre.
--Son las seis de la tarde --dijo el viejo, mirando el despertador--. Mucho hemos dormido.
No era esa hora, sino las 11.00 de la mañana. El despertador se había detenido.
Juanito tocó a la puerta. El mago le contó la noche en torno a El camarote de la memoria: Anghel preocupado por el programa de los quince minutos. "Perjudica la publicidad", decía. Esta vez no oía a su admirado Marcelino, quien defendía que programas así mantienen viva la radio. En fin, el sancho Anghel se había convertido en el quijote Morales, viendo dulcineas donde había viejas putas y gigantes donde molinos de viento. El mago le contó a Juanito el discurso de Pacheco, la dedicatoria de Marcelino a la dama del clavel, el encuentro con Rafa en la Casa Azul, y etc. A Juanito no le gustó que el mago le dijese a Lizundia que él era un invento literario.
--Yo existo. Soy de carne y hueso.
--Lo hice por ti, por tu futuro. A un secreta le conviene hacer creer que no existe.
--Mucha lengua tienes tú. Lo que me falta ahora es que me llamen Juanito el Inventado.
--Griselda.
--No cambies de conversación. Ya conozco tus trucos.
--Se llama Griselda.
--¿Quién se llama Griselda?
--Tu amada.
Su cara cambió cuando oyó nombrar a la amada.

Y la tribu haciendo cábalas. Si supiera la tribu. Algún día sabrá dónde está el auténtico beneficio. Por lo pronto, coger la puerta y salir pitando, desbandada lizundiana. El bar de la ignominia es hormiga al lado de la casa de la ignominia: un señor buitre.

--Mereces que tu cuñado se quede con todo --había dicho Anghel, pero esto no se lo contó a Juanito, ansioso pa que le hablara de Griselda.
--Espera. Tengo que calentar el caldo.

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