"Cada marinero tiene su tiburón. Y si consigues escapar es mucho peor".
Leo a Nikos Kavvadías, La guardia, la novelica que me regaló el Cuervo. Así que hago como nuestro Anghhel. Anoto aquí y allá. Marco con caretas (estamos en carnaval) episodios o momentos que me tocan de cerca, que me despiertan lo que hay bajo el barro de la memoria, y que a veces da dolor. Ramón decía que hay páginas que parece que el hombre las escribió borracho. No lo creo, no creo que haya ni una página en esta novelita que sea desperdicio. Autores que son hombres antes que escritores, y que escriben porque han vivido como hombres, mal que bien.
Incluso dejé a la mitad la última visita facultativa de Togas y Letras. La entrega de Agustín Enrique. Demasiado rollista para mi gusto, pero valdrá la pena terminar su escrito de letrado entogado. Escribe sobre el oficio o arte de escribir, y parece que está escribiendo un manual de idónea sexualidad. Veré adónde llega, qué tiburón lo muerde.
El pueblo está vacío.
--Alpargata --me llama el Fatiga.
--Ahora estoy escribiendo, arreglando una novela --le digo.
--¿Salgo yo y el perro?
--No, no sales tú, ni el perro --un cachorro espabilado que si lo comparas con Thor, te dan ganas de llorar. Pobrecico. Ayer lo llevé a la montaña de los búnkers. Lo tenía castigado, pagando con él las rabias que otros me inoculan. En fin, me lo agradeció.
Y en el patio sigo con ese Horizontal plus, que a veces me parece excelente (digno de un Marcelino Marichal, un JRamallo, un José María Lizundia o un Anghel Morales, por no citar a los armadores del sur), donde ahora La guardia de Kavvadías me sirve de guardián para evitar la autocomplacencia. Sin embargo, otra veces tengo la sensación de estar escribiendo un bodrio como Cien años de soledad, algo que no merece sino un tiro o enterrarlo con el autor cuando se muera. Sea lo que sea, en eso estoy. Hasta otro momento, pues.
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