La toma de poder fue bastante aguada. Mi mala cabeza. El pájaro enjaulado sueña que vuela y olvida la realidad: aún está dentro de la jaula. Entré a tomar un café en uno de los bares del malecón del barrio de La Maldad. Cuando descendía avenida Venezuela, supe que había dejado las gafas en el bar. Me acordé de un poema de Reynaldo Pérez So. Uno que habla de la Cuesta Piedra, de bajar y subir. Tuve que subir otra vez. Tal vez fue la voz de Anghel aún resonando en mis oídos: "Sal de ahí o vas a romper tu carrera". Me asombró tanto saber que yo tenía una carrera entre manos, que perdí de vista lo esencial, lo que cada gorrión humano controla. El otro día las llaves (el día de Marcelino sobre la escalera), y ayer las gafas. Pos nada, a volver a subir, y luego seguir bajando. Hacia la frontera entre la ciudad del ciudadano y la ciudad del pueblo. Lizundia aparcaba en batería. Me contó el papel militar de Jesús Manuel en la celebración de nuestra fiesta, el sábado pasado en que algunos decidimos mirar hacia Jerusalem. Por lo que veo, la tolerancia no es un pecado que contagie este pequeño mundo en que nos movemos. Judío = Hombre del Saco. Judaísmo = Brujería. ¡A la hoguera! En fin, también trucó su porvenir Alonso Quesada. ¿De qué me puedo quejar yo, uno de sus simples discípulos? Luego otra equivocación. Portaba para leer en las ondas La dama es una trampa. Una obra excesivamente modernista (cuando la construí, aún no había leído a Alonso Quesada). Tenía que haber llevado Canto a mi mismo, de WW, con composiciones más apropiadas para la ocasión. En fin, así y todo, con todos los fallos, allí convocamos a Agustín García Calvo. "Un ácrata decadente" (algo así dijo José María Lizundia). La ignorancia es atrevida. En fin, en su faceta de poeta, son más perdurables su poética que sus versos. Su faceta política es una reivindicación de lo que conservamos de pueblo y de gente, frente a esa jaula que es cualquier Estado, incluso el más democrático o pretendidamente respirable. Creo que su pensamiento político es fruto de su pensamiento filosófico y poético.
Luego Cajacanarias, con Domingo Luis Hernández y su novela "Erich el Zurdo". Poco conozco a este autor. Sin embargo me llamó la atención su afán de construir un laberinto en cada novela. Yo creía lo mismo. Ahora pienso que no. Fuera los laberintos. Seguramente Juan Royo está de acuerdo conmigo. Ni laberintos ni grandes lectores. Son los pequeños gorriones los que resuelven lo cotidiano. En fin, no puedo contar más. Quedé con Ramón Herar y, Dios mediante, el Cuervo y el Magnate volaremos al Sur al encuentro con Charlín y con Berto. Hasta otra.
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