martes, 16 de agosto de 2011

Los conflictos en Corín Tellado

O mejor dicho: los conflictos en la ficción narrativa de Corín Tellado.
En la obra mía que, con la venia de mi amigo Anghel Morales, se editará en octubre más o menos, el "protagonista" recuerda de adolescente cuando le leía novelas de Corín Tellado a una tía suya por las noches. Un servidor, cuando eso fue escrito, no conocía la obra de Corín Tellado sino como mera referencia, la obra con mayor éxito de ventas y los elogios que en cierta ocasión le dedicaron a la autora de Gijón los escritores Vargas Llosa o Cabrera Infante. Recuerdo que mi madre padescanse era una lectora consumada de aquellas novelitas.
En el cambio de domicilio al barrio de La Maldad, encontré en una caja la colección casi completa de la escritora "romántica". Leí una y me hice devoto. Son cuatro títulos hasta el momento los que han pasado por mis noches antes de conciliar el sueño. En todas, el conflicto que separa a los enamorados es social. Ella es rica por tradición familiar, incluso perteneciente a la aristocracia, y él es un hombre rico pero que ha sido pobre. La situación de riqueza aristócratica o por lo menos que viene de antiguo es un elemento que dificulta el acercamiento entre ella y el hombre que se ha hecho rico, en sentido calvinista, gracias a su inteligencia, a su esfuerzo, a su trabajo, a su voluntad moral, su sentido de la justicia. La clase más o menos aristocrática-rica está marcada por la ambigüedad, los prejuicios, por una pereza moral autojustificada en la tradición frente al progreso, donde hasta la tercera novela leída la heroína era el único miembro de esa casta con la mente despierta y sentimientos nobles.
El esquema sufre algunos cambios, en el curso de mis lecturas, en la que ahora estoy: Llama a tu marido (1971). En principio, felizmente casados, el matrimonio se rompe porque él no soporta que su mujer, dueña de una explotación de minas de hulla, no ponga remedio a la situación infrahumana en que sobreviven sus obreros.

--Le dí toda mi ternura y todo mi ser ...


--Hasta que te decepcionó.


--Ella, no. Ella, a mí personalmente, no --rotundo--. Es la mujer que siempre soñé poseer. La mujer con la que se casa un hombre sin pensar en los hijos ni en la alcoba. La mujer que cubre una a una, y sin decirlo, todas las necesidades. Las físicas y las morales, ¿entiendes eso? Pero yo no me siento con fuerzas para seguir entregando todo mi ser a una persona que sólo vive para su satisfacción personal, olvidándose por el egoísmo de los demás.


--¿Eres comunista, Bryan?


--Cristo debió serlo, si a eso tú le llamas comunismo. Yo diría que tengo un amor al prójimo considerable, sin rayar en el fanatismo. Una cierta comodidad para los demás, teniendo tú a tirar por la ventana. Eso es lo que yo hago en mi empresa, y los resultados son satisfactorios. Tanto es así que jamás me sentí tan contento de mí mismo que cuando veo en uno de nuestros empleados dejar las labores del día, buscar su auto en la esquina del aparcamiento y ver cómo su mujer le espera, empuña el volante y se marchan. No quiero producto con lágrimas y penas. Vuestros mineros se mueren de horror en vuestros barracones. Se mueren de frío sus hijos, y se mueren de pena sus mujeres, y vosotros... dormís tranquilos. Eso es lo que yo no tolero.


Con esta extrañeza, en una escritora en las antípodas de la picaresca, mimada por el franquismo (he oído decir), cierro el libro y salgo de casa, rumbo al mar de la patria. A refrescarme. El auto está aparcado en la plaza del machango. El bar de Efraín lleva dos días cerrado. La última vez una profesional (supongo), bellísima, con una escotada camisa negra brillante y una falda roja, también brillante, y un cuerpo y un rostro admirables, buscaba en las páginas de contactos de El Día si había salido su anuncio. Un paisano insultaba por teléfono, con gritos airados, a su "pareja sentimental" a la que incitaba a denunciarlo si tenía... y afuera, en la escalinata frente a la puerta del bar, uno desde un mercedes negro mantenía una animada charla con algunos de los que se sientan en el exterior del bar a hablar con Dios. Una pena para mí. El café que hace Efraín está muy bien, y sólo por 6o céntimos.


En el viaje, quizá por el calor, rememoré escenas de la otra tarde noche en el marbella park de José María Lizundia. Una gata, ágil y primorosa, paseándose por lo alto de un muro hasta que se cansó de no llamar demasiado la atención, como es natural en las gatas. José María en su amor a las indagaciones mundanas. Víctor contando su viaje a Valladolid, donde había encontrado el hábitat de sus sueños.


--¿No te preguntaban nada de Canarias?


--Allí nadie me identificó como canario. En cuanto pueda, dejo Canarias y me voy a Valladolid.


--¿Tú contaste algo de Lola en una de tus novelas? --preguntó Víctor.


--No, que yo recuerde --dije. (Víctor es íntimo de Lola, íntima de mi hermana.)


Y Anghel narró sus aventuras africanas. Y buen vino, y excelentes y variadas viandas, y horas que pasaron sin darnos cuenta, hasta que José María tocó retirada.


En San Andrés, antes del baño en la mar, veo a Deivi. Me cuenta que Orlando se escapó cuatro veces del hospital y que ahora, dicen, está de nuevo ingresado bajo vigilancia.


En el regreso al Monterrey, después del baño, veo a Jose.


--Cuando Orlando se muera, sus libros van a hacerse famoso --dijo Fernin.


--Cuando se muera no. Ya está muerto... --interrumpió Jose--. Jesús, seguro que tú eres el primero en aprovecharte de la obra de Orlando.


--Seguro.


--Quién lo verá leyendo los poemas de Orlando en la radio...


--Hazme medio de lomo --pedí.


--¿No quieres unos churritos? ¿unos calamares?


--No, medio de lomo --y recuerdo que aún no he puesto un poco de orden para recibir con cierta decencia a Campanilla, que vuela mañana desde la España sólida hasta estas islas del desvarío.






1 comentario:

  1. Los anuncios de lumis de El Dia son lo mejor de ese libelo. Siempre los leo. Lástima que quieran prohibirlos. Me recuerdan a los slogans de la publicidad de los años 60, cuando empezaba el consumismo en nuestro país. Hasta podrían intercalarse entre esos anuncios mal llamados guarros:
    "Avon, llama a tu puerta"
    "La Butater, calienta pero no quema"

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