La realidad es celosa, no se deja comparar con el difraz de sí misma.
Es inabarcable, imposible de conocer en su totalidad. Te deja acercarte pero siempre mantiene un cm de separación, lo suficiente para que la conozcas pero sólo en cierta medida, en la medida que ella quiere. Pero si intentas disfrazarla, desaparece y en su lugar sólo deja humo que se dispersa. Me ha sucedido con el cuento del terrateniente que me contrata para que pinte de memoria a su mujer. Sobre una base real, acuciado por una palabra dada, viertí un caudal de fantasía, que a lo sumo es grasa sobre la que resbalo y me caigo con todo el equipo. Intento baldío es intentar contar aquello que no se sabe, pero es atroz intentar contar lo que sabes adornándolo con mentiras. La realidad, sea el límite que sea el que te imponga, se acompasa con la naturaleza. La mentira la desborda, la enferma. La desvirtúa. El disfraz es una infamia.
Ayer tarde y noche, picnic en casa amiga.
--Eres un narcisista --me dijo G, a quien estimo también por su franqueza, por no andarse con rodeos.
Bastó un sueño para saber que el narcisismo también es un disfraz, un error. Un modo de ocultar la realidad de un fracaso.
En el sueño, mi padre conducía un auto por la zona del mercado de S/C. Se equivocaba de camino, su rumbo era erróneo, pero no había manera de advertirle, indicarle por dónde estaba el sitio al que quería ir. Dicen que los personajes de los sueños son reflejos del propio soñador. La "foto" que me hizo G me puso en la pista de mi equivocación. Estoy cayendo en el hechizo de la isla, en ese narcisismo con que el isleño quiere aparentar aquello que no es, tener lo que no tiene y salir victorioso de una guerra que ya ha perdido.
--No me hables de ese individuo --le dije a mi padre, con Ramón Herar en la misma mesa,
o le echo una maldición...
Desperté enfermo.
--Déjate de maldiciones, pollaboba.
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