lunes, 2 de agosto de 2010

ron

--¿A ti te encontraron en un barranco? --dijo la maltratadita.
El individuo se quedó pensando. Pensar perjudica la salud. No ver peleas de gallos perjudica la salud. Los años pasaron. No teman, pensó el individuo, no pienso hacerle daño a los asnos mitocóndricos que encuentro en el camino. Pero no hacen sino arrojarme al fango. Eso pensó, hasta que dejó de pensar. Sobraba cualquier otro pensamiento. Sabía que había regresado al villorio para matar y convertirse en un proscrito de la ley.

Así comienzo el cuento para la antología de Juan Royo sobre el oeste canario, en una isla que sólo tiene norte y sur, y que el norte no es totalmente el norte ni el sur es totalmente el sur, sino que parte del sur es el norte y parte del norte bla bla bla. Ahora bien, por muy buenas que sean las intenciones, hay un millón de probabilidades contra una sola de que mi amigo Juan decida dañar a la literatura isleña con una antología que, sin duda, perdería el sombrero y se partiría el cráneo contra el sentido común y la coherencia. Dos virtudes que mi antiguo amigo asturiano José Luis García Martín exigía a toda fenomonología literaria, haciendo oídos sordos a Orcar Wilde, que defendía todo lo contrario. Pero bueno, vayamos por partes. Estoy poniendo el carro delante de los bueyes, sin recordar que el carro lo tiene ahora mi sobrino y que su abuelo, afín al nieto, está obligadamente enclaustrado en el villorio, ajeno ahora a la recova y otras malandanzas.
El día empezó con Orlando y mi primo susurrando en el Castillo. Por una parte me alegré. Mi primo se ha convertido en una figura estatuaria en el bar. Daba cosa verlo como un alma en pena vigilando el mundo desde la ventana del Castillo. No le guardo rencor, lo estimo y me alegra que airee el tiempo conversando con un amigo. Por otra parte me da envidia. El hablar de mi primo David se acerca al oro de 25 kilates. Dinamita pura en los oídos de Orlando, gasolina y proteína para el depósito de un poeta. Envidia, no hay otra palabra. Y encima los cabrones hablan tan bajito que no me entero lo que dicen.
Así que termino con Heraclito, con un modo de morir que es un poema, y salto a Parménides. Fue el primero en manifestar que la Tierra es esférica, pero añadió que está en el centro del universo. Su filosofía la escribió en versos, como estos pero en griego antiguo:

te es preciso enterarte de todo,
ya sea del corazón intrépido de la rotunda verdad,
ya de las opiniones de los mortales,
en las que no reside convicción verdadera.

Está acorde con mi amigo Lizundia en cuanto al valor de la razón:

Que no te presione la costumbre repetida
hacia ese camino de entregarte a la mirada
invidente y al rumoroso oído y a la lengua,
sino que juzga con la razón la ardua controversia.

Inevitable acordarme de Alberto Linares. De un cuento que hicimos in illo tempore con Parménides y no sé qué otro filósofo griego como personajes elevados. En el caso actual, Parménides me convenció para ir a buscar un ron a la venta de Francisca. Una cubana preguntó por mi padre, otra cubana, ésta una que estuvo en el pueblo, se fue para su tierra natal, y ahora está de nuevo aquí enredando.
--No lo he visto... Dale un beso grande de mi parte.
--El tiempo va a cambiar, Jesús, porque a mí me duele el cuadril y el hueso de la mano derecha --dijo la vieja Julita, hermana de Francisca, mientra volteaba la botella sobre el vaso--. ¿Te pongo más?
"¿Con que te animas tú para escribir?", me preguntó una tarde del tiempo mi maestro Isaac de Vega. En ese tiempo, con LSD, opio, hachís... Ahora sólo me queda el ron. Pero no conviene abusar. El caso es que el vaso me animó a leer la novela que me dejó el otro día Javier Hernández. Va de la estatua del guerrero que está en la rambla de S/C. Ayer un símbolo, hoy un grafiti más en el paisaje urbano. La novela recupera, rescata, el valor de esa escultura. Caliente y seca.
Meliso, discípulo de Parménides, dijo que "la naturaleza de todas las cosas se produce a partir de lo caliente y lo frío y lo seco y lo húmedo". Esto me recuerda lo que leí de un médico renacentista para quien la salud dependía de la armonía entre lo caliente, , lo frío, lo seco y lo húmedo. Aunque en cada persona predominan dos de esos estados, y por eso hay cuatro clases de personas: caliente seca / caliente húmeda / fría seca / y fría húmeda, y que a esta última clase pertenecen las brujas malolientes y malvadas; a las anteriores --añade mi atrevimiento-- los políticos que saben justificar gastos sin aportar facturas de bragas (fría seca); a los caliente humedo, los dotados de membresía poética, como mis amigos Lizundia y Anghel, y a los primeros los aficionados a los toros y a las peleas de gallo, condenados hoy a la tiranía de los frío seco, que prefieren que los animales sean torturados en la intimidad del laboratorio, de la granga o del matadero.
Y es ahora cuando entraba en este cuento José Luis García Martín, pero creo que ya es la hora en que está abierto el Castillo. Si hay suerte, dejo a tal personaje pro-Pessoa para otra entrada.

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