La palabra es energía, energía ATÓMICA. Una palabra mal dicha (desperdiciada) puede provocar un cataclismo geográfico. Pensar que el hombre es una cosa y la naturaleza otra, es un absurdo. La mente humana, alimentada con la sangre del cuerpo, su carburante, se comporta como igual que la naturaleza, porque es parte o lo mismo del resto del espacio y el tiempo. Una guerra como la de Libia es lo mismo que el maremoto de Japón, y el maremoto lo mismo que la central nuclear. Despotricar contra Dios o contra los hombres es tan destructivo como querer atravesar un río caminando sobre las aguas (cosa no imposible pero si bastante difícil). Las soluciones son otras. Quizá empiecen por poner contenedores de aceite y de pilas. Estamos tirando demasiado aceite, estamos tirando demasiadas pilas. Yo el primero. Y parar la generación de leyes impositivas. Que no sirven sino como aceite desperdiciado y pilas mal tiradas. El despilfarro de la basura (entra ella, las leyes que logran lo contrario de lo que quieren evitar) es la principal preocupación que debe ocupar las horas del mandatario. Pensar en otra cosa, en ponerle un felpudo a Pajín o un guante de boxeo a Rubalcaba, es estar tomándonos el pelo. Y pa pelos, los del conejo, que ¿sirven para hacer cepillos de dientes?
En fin, palabras mal dichas son las inapropiadas según la localidad, y luego hay otras que son universales, pues como bien piensa el Cuervo, las mujeres oyen y los hombres ven.
--Chito, ¿ya no vas a Mercadona? --me pregunta Mimosa, la hermana de Domitila, por la mañana, cuando salgo a la calle a iniciar el día con un café en el Castillo o en el Monterrey.
Domitila la Negra siempre me encarga (me lo recuerda cada tres días) que le traiga de Mercadona papel de cocina estampado. Pensé en Ramón. Mercadama es su territorio. Yo hace siglos que no voy, iba con mi padre pero ya no vamos. Pero no es lindo abusar de un amigo. De los amigos moros sí, pero de un oriental como el Cuervo, ni pensarlo. Y menos de un gomero. El otro día por la noche abusé de MRM y toda la noche estuve sacándome espinas. "¿El cuervo de papel? ¡Ese título es una porquería!", golpeaba el oyente la barra de Fernín, y Fernin moskiado.
--¿Sabes, Fernin, cuánto me pagaron por 186 kilos de plátanos? --dijo Marcelino, y extrajo del contenedor de servilletas una servilleta--. Aquí tienes el título --rugió--: "gracias por su visita".
--No dejes que nadie le ponga un título a tu novela --graznó el poeta Orlando, el único y su propiedad--. Busca dentro de las páginas, seguro que lo encuentras.
A mí me da igual que el título mane de Marcelino que de don Pepino. Relativismo lietario: lo que importa es el texto no el autor. En algunos casos, aunque no la tengan, hay que valorar la razón de los absolutistas ("esto lo dije yo, esto es mío"). En este caso no, porque el oyente su autoridad la tiene demostrada. 4 cm de autoridad literaria. Incluso pienso incluirlo en mi futura y única antología "El bar de la ignominia" (por ahora con un cuento de Berto Linares y otro de Jose Lizundia). La idea antológica brotó de Tony Charlín, por lo pronto hundido bajo los efectos del pantano.
--El caballero está amulado porque no le hago un regalo... los pelos del conejo le voy a regalar --me cuenta *** cuando pasó a ras de su ventana.
Me alejo del oleaje que se traen hoy el caballero y la señora ***, y entro en la plazoleta cuando Pepe el Conejo me llama pa preguntar por mi padre, y me coge por un brazo para contarme todas las enfermedades que él sufre.
--Morir natural es lo mejor, morir de esto que yo tengo no hay derecho... --Intento zafarme antes de que me cuente en cuarenta capítulos todo lo que tiene. Su mano parece la mandíbula de un perro de presa. Cada vez que hago ademanes de alejarme, me aprieta más y más. A lo mejor es un aliado y soy tan torpe que no me doy cuenta. De pronto, asumido el papel de oyente, percibo su historia, las circunvalaciones de su habla de herencia turca. Dáse cuenta de mi interés y afloja la zarpa. Menos mal. Aprovecho antes de que me vuelva a coger...
Abro la puerta de la casa de mi padre. El Thor, en el sillón. El caballero de las malas costumbres.
--Chito, ¿miraste si hay velas para tu madre?
Los informes sobre la programazao del martes, pésima.
ResponderEliminarUn oyente dejó de oír a la mitad. Otro que con lo bonito que era, .... La culpa fue de Ramón Herar, que no fue, Y que no venga con disculpas. Si el martes que viene nos hace la misma trastada, le corto la cabellera. A Atlantic city, no fue la chica prometida, pero ahí está el auténtico programa. Aprendamos, señorías.