viernes, 9 de octubre de 2009

libros, potas, etc.

Joder, ya empezamos, publiqué una entrada y desapareció. Me pasa como con los libros. O los encierro con llave o desaparecen. Y siempre los mejores. Y como tengo mala memoria y ningún pensamiento fijo, ni hegemónico ni antihegemónico, y mejor tiendo a no tener ninguno, me cuesta recordar por la tarde lo que pensaba por la mañana, si es que pensaba algo. En fin, haré un esfuerzo. Hablaba de que el significado de una palabra no es siempre el mismo en un siglo que en otro, y que muchos oyentes oyen no lo que el hablante dice sino lo que ellos quieren oir. O simplemente no oyen. A mí me pasa a menudo. "Tú eres como los periodistas --me dijo Marcelino el otro día-- que oyen una cosa y la escriben al revés". Espero que no siempre. También decía esta mañana que tengo que tener cuidado con las palabras. A uno le pregunté el otro día qué tal por el barrio, y el tío casi me degüella. Me respondió que su hábitat no era un barrio sino un pueblo. A otro le dije que me gustaban más las casas construidas por el pueblo que las fábricadas bajo la vigilancia de muchos arquitectos (eso creo que lo dije en la radio) y mi madre, la que se armó. En fin, esa discusión parece seguir en pie, y para no quedar en orsay el próximo martes, he sacado de la estantería los libros (que aún no me han birlado) Contra el discurso hegemónico (José María Lizundia) y Los cuatro libros de arquitectura (Andrea Palladio), pero si Ramón sigue con el fervor que tenía ayer, mejor me pongo en un segundo plano y dejo que los filósofos vendimien esa uva.
Yo estaba en el Atlántico, en Santa Cruz, con Vera y su amiga Evelyn, mujeres guapas, simpáticas, inteligentes y pequeñas, de las que le gustaban al poeta de Hita. Más tarde (tarde como siempre) llegó Ramón. La conversación saltaba de Uruguay (el país) a Brasil (una brasileña) y luego a un chico de un pueblo (con perdón) de Lanzarote. Más tarde desembocó al tema de moda de estos días. El alma del pueblo y la actuación de muchos arquitectos. Yo no dije nada, lo juro. El que habló fue Ramón, replicando a las ideas de Lizundia. El próximo martes si hay suerte tendré ocasión de oirlos a los dos en la radio, en vivo y en directo, y que Juan nos ayude a todos...
De Santa Cruz a San Andrés, y entre foto y foto al castillo, y que si el alma del pueblo, hasta que Ramón me preguntó intrigado quién es Campanilla... Eso quisiera yo saber. Y haciendo cábalas sobre el misterio, apareció nuestro amigo Chani. Pero eso ya es otra historia, con un potage que hizo Chani y unas potas que hizo su abuela. Hasta otra.

3 comentarios:

campanilla dijo...

PARA RAMON
Te preguntas quién soy yo...pues una curiosa que va de blog en blog metiendo las narices. Me gusta la intriga, así que no diré mi nombre.
Soy admiradora de Jesús, le escucho por la radio cada martes, (me encanta sobre todo cuando recita poesía) y he leído sus libros, incluído El Negro, que es un libro de de muchísimo peso. Ahora también a través de este blog, me meto a curiosear en otros como el de Lizundia, Lorenzo y algún otro que hay por aquí. Siempre hay alguien y algo interesante para leer, por ejemplo sus comentarios Ramón, que siempre tiene buenos argumentos a mano.
Saludos, y no se coma el coco pensando quién puedo ser, no merece la pena.

Ramón Herar dijo...

Bueno, de Campanilla ya sabemos que va de flor en flor, revoloteando y dejando atrás su estela de polvos dorados que resuenan, pues eso, como campanillas. Nada, Jesús y demás curiosos, nos tendremos que conformar con eso, con su estela de puntos y comas en sus ánimos para que Jesús siga su vena poética (algo es algo). Y otra cosa, me puedes tutear sin problemas.
Del asunto autoconstructivo, sí es verdad que anoche hablamos Jesús y yo, pero… Jesús, pol favol, sigues como periodista (ja ja). Yo decía que con lo que no estaba nada de acuerdo era con lo de Marcelino y su idea de que somos unos románticos y José María el único que no lo era. Lo siento, Marcelino, pero creo que es justo lo contrario. Hablar o, mejor, defender la autoconstrucción en este país, no creo que tenga nada de romántico, pues precisamente la opinión más extendida al respecto es la que sostiene José María. Es decir, la de que la autoconstrucción está fuera de la modernidad, que es hija del caos, una degradación absoluta del urbanismo más ramplón y motivo de las mayores calamidades del poblamiento de esta isla. Frente a eso, la arquitectura “tradicional” sí que es una maravilla y digna de todos los elogios. Esto sí que me suena a romántico, vamos por aquello de la arcadia perdida, el bucolismo pastoril y demás. Mis argumentos en pro de la autoconstrucción y de esa nueva manera de arquitectura popular, lo que trataban eran de devolverle, precisamente, el estatus de modernidad que le corresponde, aunque se desmarquen del canon residencial que tratan de imponer los arquitectos. Éstos que sí que tienen mucho más que ver con el desaguisado urbanístico de esta isla. Si no, les sugiero que se den una vuelta por las laderas oeste de La Caldera del Rey, en el sur, en la parte alta de San Eugenio. Y antes de llegar ahí, por los alrededores de Siam Park, en las otras laderas de La Caldera del Rey, un paraje natural protegido, y que dan hacia Arona. Todo, supongo, proyectado por arquitectos y visado por el Colegio de Arquitectos. Como es lógico, podría poner muchos ejemplos más, pero tampoco vamos a poner a prueba la paciencia del lector o lectora (no me olvido de ti, querida Campanilla).

Ramón Herar dijo...

La autoconstrucción es un fenómeno moderno, producto de la modernidad, sólo que como siempre, la modernidad se vive de formas distintas según clases sociales y uno de sus signos más distintivos es la residencia. La autoconstrucción no obedece a una lógica irracional de vivienda, sino a la más racional que podamos imaginar en un contexto socioeconómico concreto, si no confundimos este fenómeno con el de chabolismo o el de infravivienda. Es más, este tipo de casas están construidas por los mismos obreros de las casas del canon, pues son las casas de los fontaneros, cerrajeros, albañiles, carpinteros, etc. o las de sus primos, cuñados, hermanas, etc. Hace muchos años, cuando manteníamos largos debates en unos seminarios del Departamento de Antropología Social de la ULL, recuerdo que abordamos estas cuestiones y de lo interesante que sería investigar la forma en que se construían estas viviendas y quiénes intervenían y a cambio de qué lo hacían. Nos sorprendería saber el papel que tenía esta manera de construir en favorecer la sociabilidad de los nuevos barrios donde se daba este fenómeno. Esa sociabilidad que hace que nuestra vida se vertebre en un tejido social más amplio y sea más plena. Otra cosa diferente es la pobreza, las drogas, etc. etc., pero no vayamos a echar la culpa de esto a la autoconstrucción. Vamos, digo yo. De hecho, el caso de Añaza es ilustrativo de cómo un urbanismo ortodoxo no soluciona todos los problemas.
Por otro lado, comentaba también con José María que la autoconstrucción no era algo exclusivo de barrios periféricos en las grandes urbes, sino que también se daba, por ejemplo, en toda la medianía del norte de Tenerife y que ahí siempre se le había echado en cara la tipología de salón abajo y casa encima. Esta estrategia altamente funcional, pues le dota de una gran versatilidad de usos y rendimientos a los espacios, y que forma parte de una idea de maximización de usos actuales y futuros, pues lo que es trastero, garaje, salón de luego y demás, puede ser transformado rápidamente en local de negocio, en bodega, en guachinche improvisado, etc. En fin, formas todas ellas insertas en el modo de vida de las gentes de esos lugares, pero (y como plantea mi colega y amigo Fernando Estévez en el nº 29 de la revista Basa, que publica el propio Colegio de Arquitectos, y que recomiendo se lo lean) esta clase de viviendas se han convertido para los urbanitas nostálgicos de clase media (léase también románticos) en paradigma de lo hortera y del mal gusto de nuestros campesinos, pues despojados de cualquier asomo de modernidad no se les perdona que todavía no sigan viviendo como hace 100 años, es decir, en viviendas “tradicionales”, con tejados a cuatro aguas y pesados ventanales de madera. No, no se les perdona que prueben a ser “modernos” so pena de quedar ridiculizados ante semejantes construcciones.