No necesito enemigos. Mi enemigo soy yo mismo. El respeto a los oficios que ejerzo me defiende. Los oficios de la escritura y la pintura. Eso y la suerte de la amistad (con hombres y mujeres, amigos inteligentes y amigas guapas --en el hombre no, pero inteligencia y mujer son sinónimos). Entre las amigas, hay una especial con la que quiero algo más, pero como mis ronquidos no son música... En fin, menos mal que aún cuento con gente con la que compartir partes de la vida sin necesidad de ponerme la coraza, la inevitable hipocresía social. Gente que es alegría en los tiempos de fiesta y alivio en los duros. Gente a la que permites la crítica y el consejo si no se pone pesada.
No necesito enemigos porque la memoria, el entendimiento y la voluntad (facultades del alma, Iglesia católica) juegan contra mí. Por eso --salvo factores inevitables-- huyo de quienes me mienten o me juegan a escondidas. Es gente que frena o te empuja. Añade basura a la memoria, ceniza al entendimiento y alfileres de vudú a la voluntad. Vade retro.
--Vida no hay más que esta y hay que tomarla con calma --decía un hombre pequeño el otro día en bajando en el micro de Santa Bárbara a Icod.
Es grata la mentira en la ficción, la bella mentira (Marcelino Marichal), aunque cada vez menos aconsejable si la mentira no es trasparente. La realidad siempre se impone como madre de la ficción. Y depende del lector. Un lector canario puede entender la ironía del mago que dice que se está portando bien para que lo inviten a la fiesta. Pero el colonizador lo toma al pie de la letra. El colonizado lo primero que aprende es a portarse bien, pacífico si conserva carácter o sumiso si no. Y si no termina convirtiéndose en feligrés del colonizador, aguarda el momento en que pueda sacúdirselo de encima. El colonizador, despreciador del pueblo donde gana el sustento y los vicios, no entiende al mago. A menos que lea a Andrés Chávez. Uno de los escritores cercanos que suelo leer todos los días. No digo que le den el Premio Canarias porque eso quiero que me lo den a mí, o si son justicieros los sabios del Jurado, que se lo den a JRamallo o a Marcelino Marichal. O a Juan Royo, o a Alberto Linares, o a Ignacio Gaspar. Ezequiel Plasencia, en quien en La Maldad llamaban el Copete, en su condición de difunto no se si puede ya obtar. No pongo ni quito Premio, puedo respetar a otros autores, pero como lector sólo defiendo a los míos, a los que escriben bastante más que transiciones pasajeras. En mi caso, no me preocupa que no lean o que me critiquen la obra, pero exigo respeto como trabajador. No me ofende quien tira mi obra al suelo (Orlando Cova lo hizo con Llorad las damas, en el Monterrey, aunque más tarde tuneó esas obrita, intervención no exenta de aciertos. Me ofende quien desprecia la dedicación a mi trabajo. El trabajo me dignifica. Lo ejerzo con corazón, y mi corazón es sagrado. Pero si sigo en ello, es porque hay gente que también aprecia lo que hice. En pintura, por ejemplo. Aún no tengo cuadros en el Bornemiza, cosa que no habla muy bien de la Condesa, pero sí los poseen personas de la talla de Marcelino Marichal, JRamallo, Sibisse Rodríguez, Ramón Herar, José Antonio Manzano, Carmen, Sita... Pintar personas es hoy lo que más me atrae. Parece fácil pero es lo más difícil. Me lo ha demostrado Jéssica, que hoy día de julio he decidido concluir. Me interesa no sólo el resultado final (el momento en que ya uno abandona) sino también las diversas transformaciones. La cámara fotógrafica permite conservar una aproximación a las diversas imágenes. Esa suerte tenemos.
¿Dónde aprendí? Me preguntan a veces. No aprendí, estoy en ello. Y no lo digo por humildad, sino porque es lo que hay. Empecé a aprender en sueños. Un enano me mostraba cuadros y decía que los había pintado yo. Ojalá. Eran preciosos. La cosa es que me dio por aprender. Porque dibujar y pintar no era lo mío. Carmina, mi mujer, me facilitó libros estupendos sobre las técnicas del dibujo y del color. Aprendí a capar las líneas cortandos huevos. Y luego, pasando el rotulador sobre fotos en los periódicos. Más tarde en la Academia del pintor Muñiz, asturiano que entonces tenía esa academia en Gijón. Algunos cuadros dejé que él los (El farolito, colección de Sibisse) terminase, le pusiese el toque maestro, pero cuando pinté El gato (misma colección), Muñiz estaba empeñado en ponerle el pincel encima. Me lo llevé de la Academia antes de que me lo echase a perder. Y dejé de ir. El hombre insistió en quedarse con uno en que me sirvió de modelo una compañera de clase. Y lugo quiso cobrarme el último mes, como si el precio del cuadro fuese su cara bonita. Hoy sigo necesitando a alguien que me siga dando escuela. Díficil encontrar a un maestro que admire, o que me encuentre él a mí. Por eso he escrito estas líneas. Por si andas por ahí, maestr@, y me llamas a tu taller. Como aprendiz, no cobro nada los dos primeros meses.
5 comentarios:
Es todo un honor tener un Castellano en la pared de mi despacho. Coincido plenamente en la admiración a Chaves y a sus magos. Un saludo
Soy como la Baronesa Thyssen. Un día montaré un museo y cobraré muy cara la entrada, para que se pasee gente con perfumes muy caros. Eso es lo que más me gusta de las galerías, el exquisito olor de los perfumes caros.
Gracias. amigo, por aclararme de una vez para siempre que el hombre de "El Día" es Chaves (no Chávez, que ese es el venezolano presidente); gracias hija por poner a la aristócrata en su sitio, que no es condesa sino baronesa.
A doña Comentario Suprimido, le agradezco también la corrección, sea cual sea.
A EEE, que estoy esperando el lienzo. El tamaño que quiera. A Sibisse, que el perfume digno de mí sigo teniéndolo. ¿Qué perfume usa la Baronesa?
Ah, en el fb de Zoo punto cero, foto de "Jéssica". Estupenda, mejor que el cuadro.
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