Imagino a un poeta ciego. No es Antonio Carmona.
Dos obras, que ahora recuerde, me han incitado´a pensar en los ciegos, sin uno serlo todavía. Informe sobre ciegos y la tragedia de Edipo. Se dice que en Edipo el arrancarse los ojos es un eufemismo de caparse. En contraposición, imagino a un poeta ciego con satiriasis. Malo, más que malvado. No se capa él, pero continuamente está violando sin piedad a la novia, que es como Gutiérrez Albelo denominó a la Poesía. Los poetas malos tienen una gracia que no tienen los mediocres, los que dan el pego pero a la postre son (referencia borgeana) los que llegan antes a la meta, que es el olvido. Pongamos que tal poeta vive en el norte de la isla. Lejos de Santa Pus, ciudad de las cucarachas con Chanel. Donde la esponja del hastío algunos la combaten con rayas blancas, y otro con línea líquida. Me encanta este otro. Ha superado a su hermano. No lo niego. Me hace reír. Autor Madrastra que sólo está contento cuando sus espejos lo bañan con piropos encendidos. O el Nerón que hizo Ustinov, en el papel del césar.
Bueno, imagino a un poeta ciego. Bastante malo. Quienes me conocen, cuando hablamos de poesía ya deben de estar hartos de oírme lo del Licenciado Vidrieras. Le preguntan que, cómo él, siendo tan sabio en todo, no es poeta. El Licenciado asumió que no tenía esa fortuna ni esa desgracia. "Será una cosa o será otra", repusieron.
--No tengo la desgracia --dijo, más o menos-- de ser un poeta mediocre, que es el mayor ridículo en que podemos caer. Ni tengo la fortuna de ser un poeta valioso, de los que sólo existen no más de cinco en este tiempo, y que es el mayor logro que puede alcanzar un ser humano.
Yo he tenido la suerte de ser amigo de Roger Wolfe y de Marcelino Marichal (no nombro a otro para no perjudicarlo). Dos de esos cinco.
El poeta ciego que imagino está en las antípodas.
Como si no me viese, subía ayer noche Victor Roncero rente a la estación del tranvía en la plaza Weyler (donde está la máquina que una vez, hace poco, me hurtó cinco euros). Después de dejar a Jose, Marcelino y Evelia en la Mala Vida.
--don Víctor, los que vamos a morir te saludan.
El hombre se paró en seco.
--Jesús, ¿te vas a morir?
--Todos nos vamos a morir.
Quitando los que ya están muertos, cadáveres que caminan con la vida perdida. Le prometí una crítica. Mucho prometer. Lo dejaré en comentario, comentario de bar a las doce de la noche, con Rosa y Nally, que ya volvió de Alemania.
--¿Cuántos eres capaz tú de echar en una noche? --le preguntaron a uno
--Cuatro --contestó el preguntado, sin mucha convicción.
Las dos mujeres estuvieron riendo media hora.
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