domingo, 17 de noviembre de 2019

Dijo una tarde mi amigo Orlando Covas, Dios lo haya perdonado:

--Decía X que la poesía es un bajabragas.

Nunca me gustó X. Se subía en la tarima con su caradura en las asambleas de la Universidad al principio de los 80. Era de un partido socialista que pronto se uniría al PSOE. Publicó un libro de poemas que, tal vez influido por la animadversión que me provocaba el autor (o persona autora), apenas lo hojeé y ya no me acuerdo de nada. Poesía para bajar bragas, supongo.

Luego, con el tiempo, supe que denunció a una editorial porque publicó una antología con un cuento suyo sin pedirle permiso ni pagar derechos de autor.

Otro autor me contó que lo invitó a su casa, a enseñarle no sé qué, imagínate la primera copia de Mio Cid. Cuando se dio cuenta, el tal X le levantó el ejemplar. Se lo había llevado con él. Un robo con agravante de amistad.

Hoy me acordé del sujeto y pensé la frase. Orlando en el bar Acapulco (San Andrés) tenía salidas de gran poeta, poeta verdadero, sin pelos en la lengua, pero lo perdió Neruda, las ganas de hacer una excelsa y explosiva poesía comunista y amorosa... en fin.

Me acordé de un cuento de las mil y una noche. Un poeta encantó a una muchacha con sus versos. La muchacha le reprochó que la abandonara después de lograr el acto poético.
--Mi obligación de poeta es seducir con mis versos, y eso hice contigo, pero mi naturaleza de hombre es ir ahora a buscar a otra que seducir y perfeccionar mi oficio.

(Es probable que Rubem Fonseca, en su cuento La Venus de Botticelli, se alimentara de este relato musulmán.)

Y me acordé del mito de las sirenas. Igual que las bellas palabras son un engaño para follar, por ejemplo, el bello canto de las sirenas era el engaño necesario para tener alimento, carne fresca que comer, marineros seducidos.

Poesía.







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