miércoles, 18 de marzo de 2020

Carlos, el marido de la vecina galante (ahora pelirroja), me toca en la puerta. Se queja de que le dieron las vacaciones y

--ahora voy a tener que estar encerrado en casa con esa mujer que se está volviendo histérica.

Histérica no sé, algo nerviosa sí. Carlos me encargó que le hiciese  a él un retrato, un autorregalo para su cumpleaños, en abril. Yo como no tengo vergüenza le dije que sí. Pero tanto se quejó de cómo se está poniendo su esposa, que a punto estuve de decirle que en vez de a él podía retratar a su mujer, así estaba un poco menos en su casa y un poco más en la mía. Es una mujer digna de un cuadro, movimientos de bailarina de caja de muñecas.

Nicolás, tu preferido, oyó y despertó --estaba en la siesta-- y abrió la puerta. Su mujer, Jely, otra vez aplaudiendo. A lo que no salió fue a la cacerolada. Por eso no salí yo tampoco. Oí el discursito del rey y me dieron ganas de cagar. Cuando volví a asomarme a la calle, ya no había nadie. Subí al Komo Komo. No estaba en la caja la muchacha, de armas tomar, que contaba que una noche de carnaval se restregó contra todos los hombres que le salieron al paso. Ella no se acordaba --eso dijo--, se lo contaron las amigas.

--Bueno, una noche es una noche --dijo.

Hoy no estaba. No le pregunté qué más había pasado esa noche. No estaba. La cajera me dijo que llevara el tique.

--Si la policía te ve sin tique... están que no hay quien se escape.

Yo me escapé. Bajé por la escalera que da de frente con la puerta de doña Celenia. Con la cuarentena encima, no se atreve a visitarme. No pude decirle buenas tardes.

Abajo avisé a Nicolás y le di una caja de cigarros que le había comprado.

Es todo por hoy.

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