Las viudas negras. Podía ser el título de una novela. Me acuerdo de Ramón cuando le hizo una foto a esa araña vagabundeando por la pared desconchada de un, en otro tiempo, noble edificio, en la calle El Clavel, paralela a la Nokia ahora frecuentada por un autor canario-alemán, mezcla de Cervantes y Goethe, tal la novela suya que se titula La gesta. Días de cañonazos en Santa Cruz. Empezando por dos niños, un cojo y un intelectual, y terminando con un donjuán tirándole los tejos a la señora y atractiva Muerte. La figura de este don Juan no es de la egregia fábrica de Tirso de Molina ni de la romántica farsa de Zorrilla. Este don Juan no engaña ni se burla. Es un poco moroso pero no es culpable de más nada. La santa Muerte no le quita la polla tiesa sino que se la aviva. Y en medio de esa gesta, el amor más auténtico que se puede dar en este mundo, el de una sensible bestia que salió del mar y una costurera. Y un furriel enamorado, desgraciado en amores que por lo menos, gracias al opio, logra ser poeta. Es el personaje más real en esa novela fabricada sobre un esqueleto histórico.
Ramón perdió la foto de la viuda negra. Mala suerte. La mejor foto que hizo en su carrera de fotógrafo. Me la trajo a la memoria el caso del poeta García Montero y Susana Rivera, la viuda del poeta Ángel González. Aquí hay pollo. Quien está al tanto lo sabe. La historia tiene enredos misteriosos. Yo imagino, la imaginación es libre, una misteriosa relación con otro caso, menos mediático, el caso del hermano y la musulmana.
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