martes, 10 de febrero de 2015

T + T

La costumbre es mala consejera. La fuerza y claridad inicial se pierde, y sólo deja rastrojos de ya sabido, por favor no me lo cuentes otra vez. Lo mismo en la vida, que en el arte, que en lo demás.
No sé que dijo antes, que lo leí, Martín en su blog sobre el hombre que vive solo. Algo que invita a lo deprimente. La necesidad de salir de casa. Lo malo es cuando los lugares de fuera comienzan a caer en la rutinaria costumbre. Mirarlos es ver lo mismo. O mejor dicho, ver cómo desaparecen las pocas delicias que ayer estaban allí. Como la comida cuando pierde sabor. Se acuerda uno del artista del hambre, de Kafka, que desapareció en una jaula haciendo su numerito.
--Yo no te voy a ayudar.
Como si hubiese ayuda humana contra eso. Ayuda sólo de Dios, y hasta Dios se ha vuelto una monserga retórica. Dios mío, que ganas de hacer un poema malo, de esos que antes del invento del blog uno escribía y terminaba por tirarlo a la basura, después de echarle otro vistazo.

Dios, llévame a casa de Elvira,
a la que le tiemblan los muslos
y cuando ama llora de alegría,
y sabe hacer arroz con huevo
que alimenta y dan ganas.

Dios, paciente, lo llevó a esa casa.
Estaba vacía. Cerca, en un cementerio,
la tumba de Elvira, quieta sin temblores,
sin epitafio.

Dios, llévame a casa de Elena,
que tiene una pata negra en la cocina,
jamón de cochino de bellota,
y una botella de vino bueno
bajo el fregadero del pollo.

Dios, paciente, lo llevó a esa casa.
En la cocina, restos de jamón.
Dos copas de vino habían ido al dormitorio.
Elena y un amante reían.

Dios, llévame al infierno.
Y allí estoy. No falta de nada.


Este poema dedicado al Pezón. No voy más allí, y menos contigo, amiga. La comida ha perdido sabor y el pueblo... mejor no escribo la copla que se me ha ocurrido sobre el pueblo.

Mejor la película sobre el pintor Willian Turner. El hombre que escupía gargajos de todos los colores sobre el lienzo. Un cochino de pata negra. El mejor pintor de Inglaterra. Dos mujeres en la película. Una pobre criada que enferma por la ausencia de su follador. Ya no le escupe por debajo de las nalgas el semen. Otra mujer es la beneficiada. 
Follar y pintar. Y prestarle cincuenta euros a un pobre Hyde, un pobre y lastimoso pintor. Y la Reina, muy guapa, pero una zoqueta. No apreció ni la pintura última del Turner ni probó su semen. El semen y el escupitajo de un cochino divino.

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