lunes, 25 de noviembre de 2024

borrador

 En algunos relatos, embriones de novelas, quedó tinta en el tintero y el autor ejerció la censura. No llega del todo a burlarse de la censura, aunque fuera  acatando sus designios, sus reglas. En cuanto al estilo, hay que destacar que personajes y paisajes (naturales y civilizados) son solubles unos en los otros. El ruido de la ciudad y la música de la naturaleza marcan el estilo de Alberto Linares Brito. Su prosa es criatura épica. La batalla por lograr lo que se quiere está en todos los cuentos.  Plazas, pasadizos, veredas... no son reflejos del narrador, sino que es el narrador el reflejo del mundo que lo rodea. Moverse obliga a conocer ese mundo, es decir, a conocerse uno a sí mismo. 

El libro tiene dos  diosas que tienen a su servicio hombres aliados o serviles. Una es la Americana, en el sexto cuento. Una mujer de poder, una cacique bella y dominadora, una Diana cazadora rodeada de perros y hombres a los que alimenta con arvejas compuestas. La otra es bella pero con un poder más limitado, solo tiene a su servicio a un engreído masoquista al que ella trata como a un muñeco obediente.

Una obsesión del narrador --todos los relatos tienen un único narrador-- es caer en la ignominia de contar mal la historia. En un cuento dice que no le importa que lo llamen golfo, pero sí un mal escritor. Ser golfo no ofrece ninguna notoriedad en un mundo de canallas. Ahí lo único necesario es saber lo que manda la ley y saber manipularlo para provecho propio. Como hace incluso el mantenido con la mujer que lo peina, lo viste y juega con él como le da la gana. Y él contento, porque la puerta de jade lo deja pasar a un territorio reconfortante y deja de ser un botadito de la calle.

Hay cuentos donde predomina el puro amor al arte, el buen amor, y otros en que lo importante es la guerra comercial. En unos reína el amor, por ejemplo a la música, y en otros la apasionada ambición por poseer el tesoro, poseer el botín. Ninguno está exento de una salvaje pulsión sexual. Los cuentos pueden ser leídos como piezas de una amplia novela. El autor debe vencer la censura, la social y la doméstica, y ser así por completo un escritor merecedor de lectores inteligentes.

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