No sé si combato en una divertida guerra ó cumplo la penitencia de los pecados que no prescriben. Entre don Juan yaqui y Cristo anarco-antisindicalista, me debato. No sé si convertido en Camaleón emplumado vigilo a las moscas verdes o le hago polvo el huerto al pobre Gesemaní con el santo gríal sin una gota de vino de Burdeos. Ningún lugar del mundo tiene un vino como aquel. Color, baile, olor y sabor, como caminar descalzo por la hierba menuda. Una temporada en el Infierno, escribío el maldito Rimbaud. De Rimbaud pocos poemas la verdad, lo demás se me escapa. Y encima lo de Juanito. Ahora está en el jardín de Griselda, escondido en las ramas de un árbol. Y yo pendiente del móvil. No quiere que lo llame porque lo tiene en silencio, por si acaso, pa que no lo descumbran. Cuando hablo con él le digo que se deje de tonterías, que venga ya pa ká y se enfrente como un hombre al castigo. Ahora dice que está justo enfrente de la ventana del cuarto de Griselda, pero que también le está interesando la otra ventana, una que está a su izquierda, del cuarto donde duerme la institutriz de la niña. Ese es capaz de estar una semana en las ramas y comiendo limones. Es su fruta favorita, yo diría casi que es su comida favorita. Recuerdo que su tío el año pasado le compró una guitarra y habló con Rivero Vivas para que le diera escuela de guitarra. Pepe se puso a enseñarle a tocar mi limón mi limonero, pero ni así. Juanito tiene oído musical peor que el mío. Emite pero no capta. Le cuento el caso extraño del poema de Alberto Linares el Lagarto, que publiqué aquí hace unos días.
Es un poema de necrologia comunal. Todos muertos. Menos en la estrofa donde me pone a mí.
Pienso que ahí hubiera acertado Berto si pone a Ezequiel padescanse en lugar de ponerme a mí. (Los versos fueron escritos varios días antes de esa desgracia.) Quizá el poeta lo intuyó, pensó incluso en Ezequiel, pero por algún motivo enredado en la complicada cabeza del Mono de fuego Alberto Linares, estoy yo en lugar de Pérez Plasencia. Cuando lo leí me sentí como si leyera mi esquela. Debo de ser el siguiente, pensé. Pero no, poco podíamos prever que el siguiente por ahora no estaba aquí sino en Cartagena. Varias coincidencias con E.P.Pl. me tocan de cerca. Los dos somos unos escritores del pico del águila, los dos fuimos correctores y los dos teníamos problemas en el habla. Él era gago y yo disléxico. En fin, Juanito no me deja que me extienda. Él de lo que quiere hablar es de la ventana de Griselda, y de la ventana de la izquierda. Yo le cuento la tortura china que le espera cuando regrese al pueblo. Encontrarme con su tío en El Castillo es un dolor, sobre todo si está bebido. Rasgo añadido a este Burdeos espiritual o este gesemaní de hordas y tribus. No sé.
Leo al marino griego. Ramón dice que tiene sus poemas, cantados. El martes lo veo crudo, pero si embarco y llegamos luego a Atlantic city y aparecen las azafatas de Atenas, eso habrá que oírlo.
Y que bailen las máscaras pecadoras en este pueblo santo.
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