"Para que una novela despierte en el lector esa curiosidad que, en mi opinión, toda obra de arte debe llevar consigo, no basta con que la acción sea variada y tenga en su desarrollo un efecto ascendente; es necesario, además, que la descripción en sí sea original, llena de ambiente y fuerza vital, hasta el punto que tenga un efecto plástico y que el lector, desde la primera a la última frase, esté prendido en el desarrollo de la obra.
Otro elemento que debe estar presente en una obra de arte --al menos yo lo creo así-- es el hecho de que, tanto la acción como los personajes, tengan como fundamento un profundo sentido cósmico más o menos oculto. Naturalmente este sentido sólo debe ser accesible al lector sensible; esta profunda significación nunca debe dar la impresión de algo que se expresa reiteradamente."
No será la primera cita con carácter de poética que les traiga aquí. Cada maestrito con su librito. Aunque en este caso se trata de un Maestro, sin más ni menos, Gustav Meyrink, a quien avalan, entre otras, obras como El Golem o La noche de Walburga. De todos modos, incluso con el millo de los grandes maestros debemos hacer gofio. A ver que tal nos sale. En este caso no es suficiente aprender la lección de memoria, sino incorporarla a nuestro organismo. ¿Cómo? En este oficio hay que caminar como si detrás de cada esquina acechase el machete de un iracundo o la navaja de un cobarde. Ya sé que son tantos los machetes y las navajas, que la cosa ha perdido novedad y factor sorpresa. Lo importante es que la última frase oída antes de llegar a esa esquina, aunque sea dicha por una bibiana aido, puede ser el final de la novela de cada uno de nosotros.
Y ahora disculpen, pero debo visitar a Evelyn. El impacto que le causó la noche del mirador de Los Campitos, la ha dejado fuera de combate, convaleciente. Es comprensible. Ver cómo se rompe en pedazos la admiración y devoción que hemos tenido, produce un impacto del que duele reponerse. Por mi parte, haré lo que pueda. Hasta mañana.
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