Anghel me pide una reseña para contraportada. Decir que Chi el narrador es un embustero, salta a la vista. Las mentiras que narra son tan claras que parece mentira que las cuente con un desparpajo que roza la ingenuidad. Es un mentiroso que se cree lo que cuenta. Y entre col y col, lechuga. Alguna lechuga hay entre tantas coles rimbombantes. ¿Cuales? Si las digo, es estropear el cuento. Si es que no floreció estropeado. En fin, ya está hecho. Tiene fracasos y aciertos. Como cualquier vida. Como cualquier cuento de cualquier mentiroso.
Según voy leyendo, veo tres partes. Primera el caos, unas cien páginas, luego el caos se va aclarando. A pesar de los torbellinos de la primera tercera parte, por los que tiene que pasar quien se ponga a caminar por ese túnel, no me disgusta el resultado. Aunque es una novela de otro tiempo. Hoy no la escribiría. Las preocupaciones de ahora, literarias y vitales, van por otros rumbos.
Mientras tanto, el rumbo de la vida cotidiana sigue andando. Ramón me llamó para ir a pasar la nochebuena en el Sur. No puede ser. Los días ahora requieren otros menesteres. También quería viajar un día a Buenavista, a encontrarme con Candelaria. A mi parecer, una poeta imprescindible en estos tiempos. Una poesía cuántica brota de su boca y de los poros de su piel. Una superación realista del surrealismo antiguo.
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