--Yo no me llevo nada, yo con esto no tengo ánimo de lucro. No como otros que andan vendiendo por ahí...
No le pregunté si era una ONG.
En cerca de la barra, por detrás de una hilera de bebedores, esperaba una cerveza la novia que la dejó el novio. La saludo.
--Yo estoy divina de la muerte. Si no me quiere, él se lo pierde.
No sé si echarle un piropo. Me acuerdo de Meursault, el de la novela de Camus. No digo nada.
En la máquina, al juego de la tortuga, La Perla del Caribe, le falta iluminarse una arriba para dar un premio importante. A veces no tan importante. Ocho euros y sigue jugando. A veces sigues jugando y salta el loro con varios premios. A veces nada. La más de las veces. Un tema del bar, la máquina y los jugadores, moscas presas en la miel de la esperanza. El juego sin embargo tiene algo que se parece al amor. Todo pensamiento o sentimiento o emoción ajeno al acto queda diluido.
Me llama Marcelino. Sigue en Santa Cruz. Le dije que el viernes quedo con Anghel. Si está se apunta. Tertulia literaria en el Tip Tip si Juan también va. Por la tarde, deberes de abuelo.
Gana de que Mercurio se vaya de retrogrado. Muchas turbulencias, reales y mentales.
De un escrito que me mandó Belén sobre el movimiento de los astros, hay un fragmento que se me quedó en la memoria. Atrapa el rayo y plántalo en la tierra. Belén dice que el rayo es Urano. Yo lo vi como aplicado a la carta de La Torre (La Casa Dios), algo que se aproxima a lo que yo veo en esa carta: una corrida de la polla de Dios. Los dos hombres de abajo, que bailan con las manos frente al suelo, son los cataplines. Los cojones de Dios.
Mañana, jueves.
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