las coplas de Juan Cabrón
Les falta el claro tejido
de la chanson de Roland,
de Mío Cid el cantar
y de Martín Fierro
guitarra del negro.
Dura lo que dura
carbón en el fuego
y será ceniza
que dispersa el viento.
Solo en casa. El barrio uno tras otro va cogiendo gripe. Vade retro. Berto me manda por wasap unos poemas míos que encontró revisando papeles. Los copio aquí para guardarlos en esta gaveta.
Nancy parecía la hija de un duque,
una gran mentira, que sólo la seda
cubriera su piel tan llamativa
y mi amigo Alberto Linares.
Nuestro hombre se preguntaba cómo
aún le caía bien al jefe Castellanito.
Él era justo y honesto. Ambos estaban
en lados distintos de la rueda del mundo.
--Oh Dios, oh Dios, ¿no lo sabes?
--susurró Nancy--. ¿No lo sabes?
Lo sabe todo el mundo:
a tu hermano lo mataron hace dos horas.
Dios, el monaguillo que llamaba la atención,
el que quería ser honrado, casarse,
tener hijos, estaba tan muerto
como cualquier otro sueño.
Su rostro, blanco, vacío y tranquilo
en la frialdad de la morgue.
Después las calles estaban tranquilas
y los coches patrulla hacían su ronda.
--José Luis, ¿por que no te marchas
con viento fresco por ahí?
José Luis sonrió reflexivamente
y dijo: --Adiós, la ciudad me llama
llena de penas y tragedias.
Y me sonríe con su boca oscura
y me susurra sus secretos.
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