martes, 29 de marzo de 2022

La gesta. 2

 El título de la novela anterior de Juan Royo (Mejor cuando improvisas) se hace carne en La gesta. La novela la leo con el mismo entusiasmo que cuando leía los colorines del Capitán Trueno o cuando leía el Quijote. Es de esos libros que entras y te olvidas de ti mismo porque lo que te preocupa es lo que pasa allí dentro. Cada muñeco que somos, cada personaje que somos, hasta el más insignificante tiene su corazón, aunque sea de paja. El agobiado y cornudo furriel descubre su corazón de poeta gracias a un barril de opio. Me recuerda el efecto del opio en una historia que ahora no sé si es de Thomas de Quincey. Era uno que era un batata y estaba al mando de una batalla naval, No acertaba una. Hasta que tragó tres boliches de opio. Se le iluminaron las ideas. Ganó la batalla. 

En la de julio en Santa Cruz (a la luz de La gesta) la ganan los que improvisan. Los ingleses la pierden. Pero el héroe, el único héroe, es el gigante medio animal medio hombre Iñaki, el sobrino del cura, dotado no sólo de miembro tremendo sino de ideas luminosas. El narrador e Iñaki son uña y carne. La novela está contada como si la narrase la bestia. El otro presunto héroe, Nelson, el del anillo de oro en el dedo sobre la barca... Leer es navegar. Leer La gesta es navegar a la deriva. Solo Iñaki conoce el norte. Lupe. La bella.

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