La tabla de filosofal del mago no es su cuñado (como quisiera Andrés Chaves) sino su hermana. El cuñado no es sino una adyacente tangencial de la historia del mago. La hermana normalmente es la bruja sin arte, la tocavainas, la que cree saberlo y dominarlo todo y no domina ni su propia petulancia de mujer canaria, hipertrofiada, hipertensa, hiperconeja. Pero hay días en la historia del mago en que la hermana hasta cobra un valor humano. Como hoy. En la cocina. No intenta liar la madeja sino que habla con sabiduría y sobriedad. Entonces el mago se solidariza con la hermana y olvida los malosentendidos. Días que se acompañan además con un viaje al hotel donde Anghel Morales disfruta de unas espléndidas vacaciones, con una sirvienta de blanco que es tía sobrina de un antiguo amigo, con el que recibió oro de Legrá, el boxeador de aquellos tiempos. Y además recibe una llamada de Ramón Herar, con el que mañana irá a buscar al pujante Charlín para acudir a la Casa del Capitán, donde Ramón presenta el reciente libro (Días prometidos a la muerte) del pugilista negro Javier Hernández. Allí nos vemos, menos los que no tengan otro remedio que acudir al Ateneo de La Laguna, a oír los versos de Orlando Cova, ínclito amigo del mago en el pueblo de San Andrés, donde ayer apareció la luz del fin del mundo, pero hoy amaneció, como todos los días. Y en la tele cantos navarros, con esa gente que te llega al alma, nobleza navarra.
Buena suerte, como dice el colega Rojas, desde este lado del ordenador.
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