--Harry Potter, qué viejo estás --dijo el menda, musculoso y vestido de playa. Pero estábamos lejos de la playa, en un bar de La Maldad, yo en la puerta, con el ron por el camino viejo.
--Sí, no me cabe duda.
Dentro una camarera que no te metas con ella, te saca los hígados si le dices algo improcedente, y uno, tan viejo como yo, cantando con la guitarra canciones nuevas. "Adiós, Puerto Rico..." No importa lo bonito de la voz, importa el alma que se pone en la canción.
--Esto es lo verdadero, paisano --me dice otro, ya adentro junto a la barra--. Estar aquí y oir este cantar, ¿no le parece?
--Sí me parece.
Lástima que el bar cierra a las doce y algo. Me agrada la chica de la barra, no te metas con ella, puedes pasarlo muy mal. Me agrada su hija de diez años, un ser a quien proteger si las cosas se ponen feas. Bueno, las cosas están feas, pero no lo parecen esta noche en el barrio de La Maldad. Incluso las adelfas junto a un lateral del campo de fútbol dicen cantar a un cielo que anuncia la luna nueva. Flores blancas. Y más abajo el abismo, lleno de basuras y de matorrales, y casas en ruina que se escalonan en las laderas imposibles del Gran Canal. Pilares del puente, el poder en la agonía. Y sauces llorones que no me agradan tanto. No me gusta el olor de sus ramas ni el tacto en sus hojas. Los conozco porque muchas tardes fueron refugio de mi primera juventud, allá abajo, en el barrio de Salamanca, en el colegio José Antonio. Por debajo de Barrio Nuevo, cáscada de autoconstrucción desde la Cueva Roja hasta el antiguo manicomio, contiguo a la clínica La Colina. Sí, odio el cauce de sauces llorones. Soy un racista forestal. Dame robles, abetos, abedules, y pinos, y no todos los pinos. Todo lo demás, incluso los laureles de india, comienzan a ser razas inferiores en el álbum de la floresta.
--Os encontraréis con dificultades que ni habéis soñados --dije hoy en clase, pronunciando el godo vallisoletano de Víctor Roncero, cansado ya de repetir "ustedes". Al carajo el "ustedes" canario y el canario en general. Le dije que despreciaran el idioma materno. Edipo al revés. Matar a la madre y violar al padre. Quien no fuera capaz de esa proeza, que se retirara del oficio.
Por lo demás, esperando mañana la luna nueva, ya quedé con Evelyne, y la oscuridad soberbia del mirador de Los Campitos, sobre ese infierno llamado Santa Cruz que está esperando que alguien lo siembre con una nueva llama, como la canción en el bar, lástima que cierre a las doce y algo.
1 comentario:
Me van gustando estos cursos por correspondencia.
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