Hoy tengo que llamar a la bombona.
A Ramón lo llamé, hace un rato ahora
y con voz de lata contestó el automático:
"de la línea el usuario está desconectado".
Llamé a Marcelino, contestó el llamado.
Hablamos hablamos y luego colgamos,
Para un teatro quedamos abajo,
me afeito, doy del cuerpo y me baño.
¿irá Mesalina, irá Leonor?
¿irá Eloísa, irá Isabel?
¿Surgirá y habrá loable ocasión?
Por si acaso fluye la Suerte a favor
allí estaremos, vestidos de limpio,
por si suena la flauta y surge el Olimpo.
No sé qué pinta el Olimpo ahí. Lo que no pintó nada fue la obra de teatro. No pudimos entrar. Ya antes vi a África, acompañada --qué celos-- que dijo que no pudo entrar. Aforo completo. El caso es que no he llamado a la bombona. Una cosa dice el verso y otra la realidad. Hoy Pamela me recordó a Nicolás. Lo mucho que me critica porque echo todas las borras de café a la tierra. Borras de café y cáscaras de frutas, para que se alimenten los bichitos bola --hace tiempo que no veo uno--. Lo que hay son lagartos. Se han entusiasmado con el trozo de terreno donde los niños Asier y Nojayla juegan con la tierra. Está al borde de la calle. Cuando salgo por la mañana al café a Ibrahim, los veo a montones. Le hablo al que me mira pero dobla la cabeza y se va.
Mañana quedé con Juan. No sé si bajar al club de lectura. La novela, de Onetti, no la terminé. Se me hizo demasiado artificiosa. Tal vez la termine esta noche. Me cansó pero tiene su miga. Un pobre diablo imagina escribir una historia mientras imagina que vive otra historia que es mejor que la que está escribiendo. Hay que aprender de Onetti, pero con tiento.
Ahora hago una nueva versión de Agosta escribe. Todo lo que he publicado merece una nueva versión. Menos Proserpina. Un cuadernillo profético, escrito en el lisérgico baile de la juventud.
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