La historia del encerrado en un sitio del que no podía salir, me recuerda (aparte del romance de mayo) el cuento que sobre su padre me dijo el otro día el sepulturero que de vez en cuando pasa por la calle paseando al perro de un vecino. Me contó que su padre estuvo cuatro años en el castillo, en La Legión, en África y comía los bichos que entraban por debajo de la puerta. De Tukumuro hasta ahora no se dice si comía algo o no, y qué comía si comía. Las defecaciones también merece la pena señalarlas. Habrá que repasar los tres primeros capítulos.
La casualidad, por otra parte, hizo que yo también esté encerrado, pero en mi caso por limitaciones que más se parecen a la de la novela de Thomas de Quincey Los últimos días de Kant. En mi caso, piadoso conmigo mismo, voy a decir penúltimos días. Nada que ver con los de Kant, generosamente servido por sus criados y discípulos. A mí las letras no me han dado sino frustraciones.
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