Don José Rivero Vivas volvió a aparecer, entró con su honorable lector, el nahualt de Tijuana, en Monterrey. Allí estábamos, en el rincón de los poetas, la musa Campanilla, el poeta Orlando con su portátil lágrima viva bodoo badoo, casino cibernético con ofertas variadas, y también estaba el lector Marcelino celebrando a su autor el poeta Orlando Cova, "oh maestro, tú eres el mejor, tú eres el auténtico poeta de San Andrés"... la verdad es que este pueblo tiene varios aspirantes notorios al título de poeta del pueblo. Poeta es José Rivero Vivas, y Armando Rivero, que siempre habla de películas y de actores y de actrices con Deivi, y poeta, a veces, es también nuestro amigo Orlando el travieso. Peleón y discutidor a pesar de su amarga derrota. Espíritu colonizador. Como debe ser. Ya está bien de sentirnos anímicamente colonizados, y ahora debemos aprender del español, y nosotros colonizarlos a ellos. ¿Cómo? Por lo pronto, con la fiereza con que muestra sus colmillos de lobo nuestro poeta de San Andrés. Fiel, sin embargo, al sin par José María Lizundia, saludador de la bandera de España, aún sin la 7 estrellas.
Campanilla llegaba de la playa, con su bikini de rayas, donde encontró a un dibujante maravillado con sus alas. Marcelino venía de San Cruz y ponía una corona de laurel a Orlando, y entonces como dos apariciones solares, portando sendas bolsas, alumbraron la puerta del Monterrey Pepe Rivero y Lizundia, el escritor y su lector, fuertes y poderosos el uno en el otro. Dos maestros de la grima literaria, dos rudos batalladores el judío bilbaíno y el hombre libre de San Andrés.
Campanilla se fue volando y la casa parece vacía.
--Cuándo vamos a Icod a buscar el millo? --pregunta mi padre, con esa constante indagación preguntona que lo asemeja a Lizundia.
--No sé --le digo--. Tú verás.
Luego pienso que mejor veo yo primero. Y mañana es lunes. Buen día para cosechar el millo.
Los lunes, buen día para hacer un viaje.
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