insolente Diario, hoy fue un día de buenas comidas, almuerzo en casa de un amigo que construye una novela por donde transitan locos desorganizados. Mi amigo es buen cocinero, seguro que es buen novelista. Le aconsejo leer "Lunar Caustic", de Lowry. Una novelita ejemplar donde la locura es el refugio del entendimiento. Luego fuimos a La Laguna, cota 600. Vientecillo matador. Incorrupta, la amante de Amaro Pargo, a resguardo del viento frío, aguarda a su corsario y sus especias mágicas. Rostros idiotizados en carteles publicitarios piden cada uno el voto para salvar al pueblo y dignificar al ciudadano. Lástima no tener un spray. Ron y Cognac en el Ateneo. De un periódico robo una hoja y de otro otra. Una con el último día de juicio a SAMM, y otra rotulada LA DANZA ERÓTICA PROHIBIDA EN PEKÍN, una adaptación bailable de la novela china de la dinastía Ming ("Jin Ping Mei"), "pornográfica y de mala reputación". En fin, novela que no has de leer...
De cota 600 descendemos al barrio de La Maldad, cuyos trayectos de entrada y salidas y formas vistas desde el aire intrigan a mi amigo El Cuervo. En la nueva casa, sobre la que sopla y sopla y resopla un perro del hortelano, tenía cita con dos técnicos. El técnico en cocinillas, Ramón, le quitó el tupido y la dejó con maravillosos y primorosos fuegos en los quemadores. Cobró 60 euros. "Por ser a usted". Los pagué con tristeza pero sabiendo que hacía justicia a un buen trabajo. Sin embargo, el otro, el técnico informático Herar, no acertó a borrar un usuario intruso, una tal Carmen, en este portátil junto a una ventana que mira a la ventana de una vieja de enfrente que me advierte de todos los peligros callejeros, ni acertó, el técnico informático Herar, a quitar el tapón cibernético que me impide desde aquí enviar un archivo adjunto a Anghel. No le pagué ni un céntimo. Ni siquiera lo pude invitar a una cerveza. Mi nevera vacía como llena la de la Tribu ahora adueñada de la casa Usher. Qué envidia.
Mi amigo El Cuervo se interesó por el Arcano cero, El Loco, y descubrió un poema camuflado en un escrito estilo decadente europeo. Tenía razón el manco de Lepanto: no hay página mala que no contenga una semilla nutritiva.
El Cuervo me deja junto al monumento a la gloria de los fracasos, al final abajo de La Rambla. Me agradan los luminosos que anuncian el tiempo de llegar la guagua. Esperar sin saber cuándo, es una incomodidad. La guagua me lleva de Muelle Norte a San Andrés. Mi padre quiere que pase a verlo. Nadie en casa. Llamo a Inribundo. "Dentro de diez minutos estamos ahí".
--Estaba mejor contigo --dice mi padre--. Yo creo que este lo que quiere es que me dé un colapso y quedarse ya con la casa.
--No te preocupes, mientras te esté sacando dinero...
Dinero, madre del cordero.
Chani me invita a cenar. Un picadillo excelente. Almuerzo ropa vieja y cena picadillo. Y ayer garbanzas. Estoy bien alimentado. Mi amigos nutrientes me cuidan, insolente Diario, y ahora te dejo que tengo que terminar de revisar la dichosa novela. (Ah, Cuervo, a Rubem no lo dejes en tu casa tanto como Ramallo lo va a dejar en la suya, y acuérdate del librito de teoría literaria de aquellos ingleses, y mañana, Dios mediante, nos vemos en el Ateneo, con Ezequiel Pérez Plasencia, un escritor que sigue aquí, viviendo entre nosotros.)
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