La necesidad del débil lo lanza al precipicio. Una vez en el vacío, o vuela o se estrella contra el fondo.
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No hay nadie que sea un fin. El fin de todo es la negación de lo que hemos sido.
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Rechaza el elogio y elogia el rechazo. Llevar esta consigna a la práctica es de pollaboba. Digo en el mapa social, ya sea que quien te concede el elogio sea un zorro interesado por el queso que picoteas o sea un amigo sincero. Rechazar a uno o al otro es condenarte a ti mismo. Con el primero, como se dice, tienes que ser listo para saber hacerte pasar por tonto, y al segundo agradecerle sin más el cumplido. Con el rechazador, la estrategia es más sencilla. Al zorro responderle que él canta mejor y al amigo agradecerle que te baje de las nubes. Es del elogio o del rechazo que uno se hace a sí mismo de lo que quisiera hablar, pero en este momento no me aclaro a mí mismo del todo como es menester.
Tengo la superstición o la revelación (seguramente lo primero) de que cuando le paso una obra a un amigo, luego cuando la sigo trabajando no lo hago con la conciencia propia sino con la mirada del otro. Eso hice con Injertos, y que Pepe me perdone, me perdone esto y muchas cosas más --hay amigos que uno no quisiera nunca perder, los más inteligentes y los más acertados. En la revisión de ese Injertos aplico también la preceptiva del prólogo que le hizo Cervantes a su primer Quijote. Si Dios quiere, ya se verán los resultados. Por lo demás escribo desde hace un tiempo sin ninguna emoción, tolerancia cero a la emoción. Incluso me molesta tanta emocionalidad de sonajero que hace Jordi con su arte abandonado, labor que, por otra parte, sin tanta crítica o reseña emocionativa, tiene un valor nada despreciable.
Buen día de sol. Le pregunto a Nicolás cómo se hacen las habichuelas. No lo sabe, él las come tal como las prepara su suegra pero no conoce la receta. Pienso en Pamela, seguro que las hace muy ricas.
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