La sospecha de que algún gracioso ahogó en el café un somnéfero, esta mañana en bar Castillo, no sólo es seria sino que el mal cuerpo dura todavía. La somnolencia fue tremenda y me enredó en sueños atormentadores. Primero me cortaban un bolsillo del pantalón en la calle, para robar la cartera, y luego la casa se llenaba de gente, una detrás de otra, que me dejaban pelado de lo poco que tengo de valor; echaba a unos y entraban otros. Primero individuales, una dama y luego otra dama, y después en grupos, esta vez de hombres. Primero polacos, luego rusos y creo que también había un grupo de canarios. Las mujeres iban a por el dinero y los rusos a por los cuadros que yo había pintado. Se llevaban una caja de cuadros que cuando los vi me parecieron maravillosos. Nada que ver con los que en realidad pinté en su día, cuando quise dejar la escritura y meterme a pintor, cosa que hago mejor que escribir, tengo más talento, pero me sale más cara esa arte. Lo que no sé es cantar, sólo canciones primitivas, elementales y con palabras sin sistema lingüístico. Esa falta de oído para la música, la intenté remediar con el intento de la poesía, y ultimamente con la radio. Al margen de ideas, propias o comunes, emitidas por los tripulante de Tijuana, mi deleite es el sonido, la música de las voces. Lizundia un contrabajo, Victor un piano o un violín (depende), Juan Royo (a ver si reaperece) un clarinete y Ramón la batería. Es sorprendente comprobar cómo la música de las voces está acorde con el interés de lo que se está diciendo. Cuando hay pérdida de armonía, también el discurso tal cual se resiente. De todos modos habla alguien negado para la música y que se ha metido a director de banda sonora. En fin, rasuradas ya las protuberancias con mi amigo Ramón, mañana celebrar en aquel Faro del Sur nuevamente la pequeña gran obra ensayística de nuestro más que admirable narrador y ensayista José María Lizundia. Mis desacuerdos con algunos puntos del libro, no me impidió disfrutarlo. El amigo Lizundia es un notable escritor. Cuando narra te mete de lleno en el mundo que relatan sus páginas, y cuando escribe ensayo es tan convincente que si te descuidas te convence. El otro día el que si me convenció fue Víctor, pero dice que en el Faro va a reparar ese error.
Y hoy, en bar Castillo, discusión a cuenta de Pedrito entre Cristo y Pedro el canarión.
--Yo soy entrenador de España y ese no juega más conmigo --gritaba Cristo--. Por buchón. No está jugando para su propia gloria, sino para la gloria de una nación, de una bandera...
--¿Cuando ha jugado mejor España que con Pedrito? --intercedía Jonay.
No me enteré del desenlace de la discusión porque todavía tenía el somnifero de los ladrones metido en el cuerpo. ¿Quién sería el mamón? Tengo mis sospechas.
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